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Chappie

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Del director de la interesante aunque fallida Elysium (2013) y de la aclamada por la crítica Distrito 9 (2009), nos llega la historia de un tierno robot que piensa, Chappie; una especie de proyecto piloto donde se pretende dotar a una máquina, de un alma humana, de conciencia.

Podríamos decir que Chappie es una propuesta ágil y dinámica de una historia interesante que termina forzando la realidad con no se sabe bien qué propósito. Intención fallida, pues, que convierte una notable película de entretenimiento, con poderosas preguntas existenciales y bellas y simpáticas situaciones, en una especie de pastiche final lleno de ambigüedad científica, confusión ética y violencia explícita innecesaria. La película logra, especialmente durante la primera mitad, generar una identificación entre el espectador y Chappie novedosa e interesante. Sin embargo, dicho vínculo se termina “violando” en pos de hacer encajar determinados teorías que a parte de quedar poco claras y confusas, terminan forzando una historia que más que respuestas, quizás estaba llamada a plantear grandes preguntas.

Son muchos los intentos recientes de mirar lo humano desde lo no humano; como si nos costase ir al fondo de nuestra propia naturaleza y nos resultara más fácil verla reflejada, como en un espejo. Este reflejo de lo humano en lo no humano lo podemos ver en series de televisión como The Walking Dead (2010-2016…); donde en ocasiones los humanos parecen más inhumanos que los propios zombies, como si la figura del zombie nos ayudara a formular preguntas vitales sobre qué es ser humano. También en cine vemos este tipo de búsqueda por el reflejo que persigue descubrir la identidad humana a través humanizar sujetos no humanos: zombies, vampiros o robots. Son muchos los ejemplos que podemos citar: como Memorias de un zombie adolescente (2013), donde resulta muy interesante el arco de transformación del protagonista. Y dentro de la sección mecánica/robótica podemos citar la saga Robocop, Yo robot (2004) , la saga de Cortocircuito o incluso Wall-e (2008). Chappie entraría en la categoría de búsqueda de lo humano por el reflejo en una máquina, en un robot con nombre, con sentimientos, en el que afloran preguntas, que muchas veces historias de personajes reales, olvidan mantener vivas en sus guiones. En este sentido Chappie cumple una muy digna función para plantear una serie de cuestiones sobre qué nos constituye como humanos. Sin embargo, la resolución de dichas cuestiones llevan, al guión y a los personajes, a situaciones forzadas donde se pierde la verosimilitud. Da la sensación de querer convertir el reflejo en realidad, le piden a Chappie que haga cosas que no parece que deba hacer y, en lugar de plegarse ante la realidad, deciden forzarla… En este sentido evoca también a la película de Steven Spielberg War Horse (2011), en donde un caballo termina protagonizando circunstancias más propias de un humano; de hecho, en la obra de teatro original dicho caballo habla, tiene voz propia. En resumen, esta película arranca con fuerza y ternura en la presentación de Chappie pero derrapa y precipita dicho vínculo hacia un final forzado, violento e inverosímil.

Desde el punto de vista técnico, el director mantiene con gran acierto el ritmo y deja pegado al espectador a su butaca, convirtiendo las dos horas del metraje en toda una experiencia visual llena de entretenimiento. Sin embargo, los personajes, especialmente los secundarios, no son desarrollados suficientemente y esto afecta a la consistencia de la historia; una pena desaprovechar así el personaje de Sigourney Weaver, por ejemplo. Especial mención requiere toda la parte técnica, efectos especiales y visuales, que logran animar a un robot con una tecnología a la altura de las cuestiones tan delicadas que plantea. Pero donde acierta la tecnología visual, yerra el planteamiento de fondo. Por ejemplo, al tocar la indisolubilidad del cuerpo humano; cuerpo y alma conforman una unidad indisoluble que, por lo visto, tienta (o inspira, según se mire) a muchos creadores para construir historias pretendidamente novedosas; esto evoca a películas como la excelente Blade Runner (1982) o la torpe y fallida El huesped (2102), de la autora de Crepúsculo. Chappie a pesar de ser una propuesta aparentemente pacifista, introduce un dualismo a la hora de concebir el cuerpo humano en donde alma y cuerpo son intercambiables a placer. Esto resta verosimilitud, y por lo tanto consistencia, a un guión muy bien construido.

En definitiva, una obra fallida aunque entretenida, llena de momentos tiernos y simpáticos, que emocionarán a muchos espectadores y que saldrán de la sala recordando más al Chappie que se asombra por qué es cada cosa, que al Chappie de la segunda parte, para el que no parece haber límites. No recordaran tanto al Chappie capaz de alterar las leyes naturales y sí al Chappie que se maravilla ante la realidad y se reconoce hijo. De alguna forma, ambos Chappies nos muestran las dos posibles actitudes ante la vida: o a través de la realidad, incluyendo la dramaticidad de la muerte, uno se termina reconociendo hijo o pelea con ella con intención de cambiarla porque no encaja con nuestro propia imagen.

 

 

 

 

 

 

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