Crítica
Público recomendado: +18
Dos amigos van a pasar unos días a una casita en un bosque cercano al mar que pertenece a la madre de uno de ellos. Van para poder disfrutar de unos días de asueto y tranquilidad para terminar con sus respectivos proyectos: una novela y una exposición fotográfica. Pronto descubrirán que no se encuentran solos en la casa, pues Nadja (Paula Beer) había sido invitada también y, por este feliz descuido, los tres personajes harán vida común durante unos días cambiando sus planes.
Interesante esta nueva película de Christian Petzold, a quien conocemos por una interesantísima trilogía de películas Barbara (2012), Phoenix (2014) y En Tránsito (2018), que hablan con elegante elocuencia de la historia de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Ya tras la muerte de su guionista predilecto, Harun Farocki, abrió una nueva etapa con Ondina (2020), con historias más ambientadas en nuestro presente histórico y con Paula Beer como su nueva musa, en vez de Nina Hoss.
El cineasta alemán vuelve a sacar a la luz el deseo humano en personajes traumados que se resuelve dentro de ciertos triángulos amorosos que nos sacan siempre a la luz preguntas sobre la naturaleza del deseo del corazón humano, escindido entre el amor romántico y el amor desinteresado. En este caso tenemos a Leon (Thomas Schubert), un joven aspirante a escritor que busca el reconocimiento a través de su escritura de manera obsesiva, que al espectador le resultará sin duda incómodo por su visible cobardía y egocentrismo.
“Hay muchas películas de personajes buenos que me aburren soberanamente. Tenía curiosidad por ver qué pasaba si ponía a un personaje que estaba en el límite de ser un auténtico gilipollas”, confesó el propio Petzold durante el pasado festival de San Sebastián. Ese factor ha sido percibido por buena parte de la crítica, curiosamente, como una denuncia taimada del individualismo sistémico que parece caracterizarnos como sociedad.
Otra característica destacada de la película son las pasiones poliamorosas que irán ocurriendo a lo largo de la historia. El mismo director y guionista no se extraña, pues esa misma es la cultura que dice que se respira en Berlín en nuestro tiempo. En estos desequilibrios amorosos de carácter lujurioso, está presente una gran constante del cine de Petzold que es la de mostrar los dilemas interiores de personajes atrapados, implicados a veces en acciones de dudosa moralidad, pero que acaban descubriendo el amor no desde la acción, en la elección desinteresada más que en la propia complacencia.
Algo elogiable de la película es que presenta un cierto tono de comedia, nuevo en Petzold, que nos da una cierta distancia ante la propia reflexión dramática que el mismo cineasta está presentando en esta cinta. Es síntoma de gran inteligencia y sana despreocupación por su propia obra que, a mi juicio, hacen crecer la humanidad y el respeto que merece como director. Todo ello parece augurar además que vamos a disfrutar de un Petzold cada vez más personal, desinhibido y contemporáneo.
Por lo tanto, si quieren que su ego salga un tanto espoleado de sus mezquinos planes y su compulsiva autorreferencialidad, El cielo rojo puede ser la película que necesitan. Entenderán que dentro de la relación con el otro y en la renuncia a nuestros juicios, envidias y obsesiones podría asomar nuestro verdadero rostro.
Ignacio Álvarez O’Dogherty