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Citizenfour

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes

Es un documental, pero más parece un “thriller” de la más convincente hechura con el helador agravante que ha sido y es una brutal realidad.

La vigilancia electrónica a la que sometió –y nos tememos que somete en la actualidad- la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de Estados Unidos a millones de personas en todo el mundo, lo desveló en 2013 el antiguo agente de la CIA Edward Snowden en un ejercicio de honestidad y valentía indescriptibles que tuvo como dignos acompañantes a Laura Poitras, Glenn Greenwald, Ewen MacAskill. La primera –directora- y los restantes -periodistas- quienes juntos rodaron esta cinta, Citizenfour para gritar al mundo que el Gran Hermano, de Orwell, está muy presente.

En enero de 2013, Poitras comenzó a recibir unos correos cifrados firmados por “Citezenfour” (“Ciudadano cuatro”). En ellos, el remitente aseguraba a la periodista y directora de cine que tenía pruebas concluyentes de vigilancias ilegales por parte de la NSA en colaboración con otras agencias mundiales de espionaje.

Unos meses más tarde, Poitras iría a Hong Kong a conocer al personaje que se ocultaba bajo el nombre de “Citenzenfour”, momento en el que comenzaron a grabar en video todas las conversaciones y los entresijos de una trama de alto voltaje que parece sacada de un filme de ciencia-ficción apocalíptico.

Con sus 114 minutos de metraje, la cinta de Poitras, ganadora del último Oscar al mejor documental, está narrada con un vigor digno de los hechos que nos cuenta el ex-agente Snowden. La libertades de conciencia, de opinión y el ejercicio de la participación ciudadana en los asuntos públicos fueron las razones que llevaron al espía y experto en sistemas de comunicación Snowden (en la Agencia le calificaban de “Alto nivel”) a descubrir a la opinión pública la apabullante tela de araña tendida por la NSA en todo el mundo, que podía interceptar en tiempo real millones de comunicaciones de personas corrientes, la mayoría de ellas ajenas a cualquier implicación en actos criminales y/o terrorismo.

¿Todos, sospechosos?

Esta es la cuestión. Porque fueron rastreadas, cruzadas y analizadas millones de comunicaciones de gente que no había estado ni estaba implicada en actos delictivos o contra la seguridad nacional de USA, para los cuales sí tienen autorización del Gobierno norteamericano las agencias de inteligencia (numerosas) que, tras el 11S, organizaron una serie de protocolos para prever y contrarrestar potenciales ataques terroristas, sobre todo provenientes del islamismo radical.

En su cinta, que concluye la trilogía sobre Estados Unidos, compuesta por My Country (2006, sobre la guerra de Irak) y The Cath (2010, sobre los presos de Guantánamo), Poitras derrocha creatividad y oficio al concatenar, entre otras, filmaciones de trozos de entrevistas con declaraciones de altos cargos de inteligencia norteamericana negando las informaciones que iban apareciendo. Utiliza también los correos que mantuvo con Snowden, declaraciones de otros ex-agentes que habían denunciado años atrás actividades similares y otros recursos audiovisuales con los que logra captar la atención del espectador sin reclamos a la instintividad y dejándole espacio para la reflexión. En este contexto, se encuentran también las escenas de Snowden, en las que observamos, eso sí, su estrés y sufrimiento en primeros planos y gestos nada sobrecargados.

Aparte del Oscar al mejor documental, esta cinta ha sido reconocida por distintos certámenes cinematográficos internacionales, como los BAFTA, Gotham e Indpendent, los del Círculo de Críticos de Nueva York y su homónimo de Los Ángeles.

El valor de esos reconocimientos se completaría si el público toma conciencia de las implicaciones del filme y del gran acto moral realizado por Snowden que, con 27 años, sacrificó su futuro (ahora vive junto con su novia en Moscú, porque Rusia le concedió asilo político) para denunciar los atentados contra la privacidad de millones de seres humanos. Con sus documentos, demostró que se recopilaban y guardaban los metadatos de conversaciones telefónicas (quién llama a quién y cuándo), operaciones con tarjetas bancarias, actividad en Internet y otras entradas facilitadas por empresas de telecomunicación, que, al cruzarse en sofisticados sistemas de análisis de información dan como resultado actividades privadas de hombres y mujeres corrientes.

Gracias, Edward Snowden, por acoger la llamada de su conciencia y por su heroico acto de dignidad.

 

 

 

 

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