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Clifford, el gran perro rojo

Caratula de "Clifford, el gran perro rojo" (2021) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: Todos

Clifford, el gran perro rojo, potente adaptación de la serie de libros infantiles creada por Norman Bridwell para la editorial Scholastic. Dirigido por Walt Becker (Alvin y las ardillas: Fiesta sobre ruedas) y con el guion de Jay Scherick (Baywatch: Los vigilantes de la playa), nos narra la historia de Emily Elizabeth (Darby Camp) una estudiante de secundaria que conoce a un cuidador de animales mágicos (John Cleese) que le regala un pequeño cachorro rojo.

Pero tal cachorro, súbitamente, se agiganta. Tres metros, aproximadamente. Tal Godzilla, pues. Y  mientras su ajetreada madre (Sienna Guillory) se halla fuera por asuntos de negocios, Emily y su extravagante y alocado y vehemente tío Casey (Jack Whitehall) se embarcan en una aventura que recorre, “mordiendo”, la Gran Manzana neoyorquina. Central Park, clave.

Clifford, el encarnado y simpático chucho, enseñará al mundo cómo amar a lo grande, nunca mejor dicho. A sentirse orgulloso de las diferencias, también a lo grande, entretenida comedia mediante. Clifford mide tres metros, lo dicho, pero nos acaba mostrando que ser diferente no importa, al contrario más bien, y que lo importante es tener buena gente que pulule a tu alrededor, empeño tan arduo, diríase casi imposible. Clifford, fausta argamasa de gente muy distinta: buen mensaje (prenavideño) de amistad y de aceptación hacia la peña realmente distinta.

Clifford, el gran perro rojo, en definitiva, dos almas perdidas y errantes (Emily y Clifford) buscando razonable lugar en el mundo y sólida familia. Elogio de las beneméritas rarezas, “grandes y fuertes”, la cinta nos regala momentos memorables. A saber. Clifford y su “bautismo”. O Clifford encorajinado con una paloma. O los inolvidables Owen, un chavea chino, y un despistado chucho carlino, fieles acompañantes de nuestro entrañable trío de la bencina.

Amable historia, Clifford, entre Okja y las dos geniales entregas de Paddington. Y todo el metraje recordándonos dueto de colosales clásicos de “raros”: E.T., de Spielberg y Frankenweenie, de Tim Burton. Dos inmarcesibles  pelis, en nuestro caso, para dar poderosa cera a la siniestra industria de la ingeniería genética.  Lyfepro, diana. En fin.

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