Crítica
Público recomendado: +16
Corresponde a la naturaleza de las cosas usar los objetos y amar a las personas. Cuando la lógica se invierte, los individuos se destruyen y lo material se torna un dios maldito al que adorar a cualquier precio. La problemática es tan vieja como el mundo. No obstante, la sociedad de consumo la ha elevado a cotas insospechadas, a formas de vida basadas en la opresión y la manipulación del otro a fin de aumentar las propias ganancias. El problema, sin embargo, no afecta solo a ejecutivos sin escrúpulos o brokers desalmados: se trata de una cuestión de mirada. De ahí la genialidad de la brillante realizadora independiente Miranda July al plantear el problema desde la perspectiva de una “familia” pobre. Robert (Richard Jenkins) y Theresa (Debra Winger) llevan toda la vida utilizando a su hija (sublime: Evan Rachel Wood) para obtener dinero a través de las más diversas estafas. Significativamente, le dieron como nombre de pila el apodo de un célebre vagabundo, dispuesto a todo por dinero: Viejo Dolio. El matrimonio, realmente, ha creado una microsecta que cumple a la perfección el sueño del capitalismo materialista: vivir sin trabajar, pero sin privarse de nada, a costa del esfuerzo ajeno de aquellos que asumen el trabajo como una esclavitud, prestos a cualquier bajeza con tal de obtener su propia parte. Como en toda secta, la afectada es incapaz de escapar de quienes la controlan, cuyas razonadas sinrazones parecen tener una lógica aplastante. Pero la naturaleza humana no se deja engañar: estamos demasiado bien hechos como para que el corazón ignore su llamada a amar y ser amado. Y toda la represión del mundo no puede evitar que una sensibilidad anestesiada resurja, con la fuerza de un imán, ante cualquier limadura de cariño verdadero que encuentre en el primero que pasa, en este caso la misteriosa Melanie (Gina Rodríguez).
Como representante aventajada de la corriente de la New Sincerity, Miranada July consigue un equilibrio finísimo entre dos polos a priori difíciles de armonizar. El primero es una sinceridad tan inocente como dolorosa, que se percibe -a través del personaje de Viejo Dolio- como el grito desolado de una generación a la que se le vendió que podía llenar el corazón con cosas. El segundo es una ironía manifestada a través de la caricatura de los personajes, que generan una sonrisa entre dientes porque, a pesar de su extravagancia, nos resultan demasiado familiares. La cinta contiene no pocos guiños tonales y visuales -empezando por el primero de sus planos- al cine de Wes Anderson, otro cineasta de la New Sincerity. Sin embargo, a diferencia de este, July no crea un mundo paralelo a modo de utopía en el que sus personajes puedan refugiarse ante las amenazas de un mundo atroz. Más bien al contrario: la cineasta comienza planteando un distópico universo alternativo, del que sin embargo es posible escapar a través de la fuerza de la ternura, por mucho que esta esté limitada por las heridas. En las antípodas de todo fatalismo, la película de la cineasta norteamericana es un alegato en favor del libre albedrío como vehículo de la esperanza y del afecto como principio de libertad.