Crítica
Público recomendado: +18
Tras representar a Polonia en los Oscar y triunfar en una veintena de festivales se estrena en España esta película del joven director polaco Jan Komasa, con un guion de Mateusz Pacewicz. Corpus Christi nos cuenta la historia de Daniel, un joven recluso que cuando abandona el centro penitenciario, va a caer a un pequeño pueblo donde se hace pasar por sacerdote y sustituye al párroco que ha caído enfermo.
Corpus Christi es muy rica en su perspectiva antropológica. Huye de simplismos ideológicos o mensajes panfletarios, abriendo un abanico de posibles interpretaciones y matices. Está riqueza reside en el personaje protagonista, Daniel, construido con mucha inteligencia e brillantremente por Bartosz Bielenia. Se trata de un personaje enigmático del que desconocemos su pasado y los crímenes que le llevaron a la reclusión, así como sus relaciones familiares y personales… solo sabemos que tiene una gran sensibilidad religiosa. Cuando sale de la prisión es para el espectador una hoja en blanco. Y comprobamos que, al hacerse pasar por sacerdote, la gente tiene sobre él buenas expectativas, y entonces sale de él lo mejor de sí mismo; pero cuando vuelve a encontrarse con compañeros de cárcel, que no esperan nada bueno de él, entonces Daniel saca lo peor de sí mismo. De este modo se refleja una verdad de la experiencia educativa: necesitas que alguien crea en ti para que afloren tus mejores potencialidades. Y al contrario: un ambiente de odio, traición y desprecio por lo humano, desata nuestra instintividad más animal.
También la película trata la cuestión de la culpa, pero no en el sentido bergmaniano o dreyeriano, es decir protestante, siempre asfixiante. Nuestro personaje, nada ejemplar, siempre acaba mirando a Cristo crucificado, cuando no está rezando el rosario. Su incoherencia es paradójicamente muy católica y es la superación de la religiosidad luterana de los citados directores. Evidentemente si abandonamos esta mirada antropológica y elegimos una más normativa y moralmente celosa, hay que hablar de un personaje sacrílego, amén de mentiroso y violento, que bebe, se droga y fornica. Pero el director no propone un ideal de vida en este personaje sino subrayar cómo el hombre, enredado en las garras del mal, se crece en el bien. Por eso es capaz de sembrar la reconciliación en una comunidad en la que se ha instalado el odio. Frente al párroco del pueblo, un hombre que ha sucumbido a la mera supervivencia, el falso cura Thomas habla con autenticidad de la verdad de la vida, y por eso el pueblo le sigue y estima. Por otra parte, el capellán de la cárcel es un personaje sumamente interesante, con su vocación viva y arraigada en el servicio a los más necesitados.