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Crescendo

Caratula de "Crescendo" (2020) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +15

Crescendo es una de las innumerables películas a las que el COVID se ha llevado por delante y cuya carrera puede quedar truncada definitivamente. Los primeros pases, en enero de 2020, fueron literalmente triunfales; según su director, el germano israelí Dror Zahavi, en una de las primeras proyecciones, ante una audiencia de más de mil personas fue testigo de una ovación de casi diez minutos. Obtuvo premio a la mejor película en el Festival Ludwigshafen, y en los festivales de Cine Judío de Berlín y Varsovia.

Se trata de una obra de ficción, alrededor de un proyecto de orquesta juvenil formada por músicos israelís y palestinos, como un proyecto financiado por la Unión Europea para buscar puntos de apoyo para la paz. Suena muy real -sobre todo lo de meter por ahí a la Unión Europea- pero Crescendo es, al fin y al cabo, ficción, aunque existen y han existido orquestas árabe-isrealíes, como la que dirigió Daniel Barenboim.

La película gira en torno a dos grandes polos, la historia personal de Sporck, el director que no puede decir que no a un proyecto de esta relevancia y la tensión, a pesar de su pasado, y la rivalidad, el odio y la frustración que envuelven a los músicos, las historias de dolor y sufrimiento que han acompañado a los jóvenes desde su infancia; sus historias, las historias de sus familias, de sus pueblos hacen casi imposible cualquier entendimiento; la dinámica del “tú golpeaste antes”, “tú golpeaste más” se convierte en una espiral sin salida. La música ayudará a mirar en una dirección común, el objetivo de dar un gran concierto con repercusión internacional, pero los personajes demuestran que también la música tiene sus límites. La paz será un bien, pero no para todos, hay odios imposibles de ser sanados. Tras la selección de los músicos, vendrán los ensayos y estos van a estar amenazados por dentro, por las rivalidades entre los músicos y por fuera, porque hay quien no quiere que cicatricen las heridas. Dentro de la orquesta hay dos subtramas bien definidas: la rivalidad entre los violinistas principales, Layla, la palestina de carácter indomable, y Ron, el niño prodigio del violín, israelí. Pero también surgirá el amor entre los enemigos: Shira, una dulce israelí se enamora de Omar, un tímido y talentoso clarinetista palestino; su amor pondrá en juego la supervivencia del grupo y mostrará que las redes sociales pueden convertirse en un peligro.

El final es de estos que podríamos llamar de “globo pinchado”. Todo parece ir bien, hasta que nosotros, espectadores nada inocentes, esperamos que no nos entreguen un final facilón; que, por supuesto no llega. A estas alturas del partido y tratando un tema tan peliagudo no tiene sentido, no sería real y posiblemente ni siquiera honesto, hacer un happy end a lo hakuna matata. La música sana, salta las fronteras, une los corazones, pero no es la panacea, no es la salvación; la música tiene sus límites y el final de la película acierta con su poderoso simbolismo y su invitación a sobreponerse y a volverlo a intentar. Con música, al menos.

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