Crítica
Público recomendado: +14
En cierto modo, Crock of Gold es el documental de un milagro. Porque es un milagro que Shane MacGowan siga vivo. Y así acabo de cometer el error que Chesterton achacaba a la profesión de periodista: decía que el periodismo es esa profesión que consiste en decir “Lord Jones ha muerto” a unas personas que no sabían que Lord Jones estaba vivo.
Así que conviene empezar diciendo quién es este Shane MacGowan, que está, contra todo pronóstico, vivo. Se trata del cantante y compositor de The Pogues, una las bandas de música irlandesa más famosa del siglo XX junto con los Dubliners, con quien Shane tiene una gran deuda artística y con quien tocó en numerosas ocasiones.
El documental sigue una línea cronológica muy sencilla que nos ubica, en los inicios, en la sociedad irlandesa rural de mediados de siglo XX; MacGowan nace en 1957 en una pequeña localidad campestre. Su familia, al igual que irlandeses desde hace siglos, se dedicaba a su tierra y a su granja, aunque solo desde finales del siglo XIX han podido poseer la tierra como propia, y solo a partir de la tercera década del siglo XX, se han visto libres e independientes del yugo de Inglaterra. Aquel entorno en el que la familia extensa (primos, tíos, abuelos) era el soporte de los niños y de toda una sociedad, dejó su profunda huella en Shane: la nostalgia del hogar, una fuerte, sincera y a veces escorada religiosidad, y un amor infinito por la tierra y la tradición; la rica tradición de las canciones irlandesas estaba grabada con fuerza en el alma de MacGowan, que muy pronto vio en ella el sentido de su vida: modernizar y dar un empujón definitivo, para las nuevas generaciones, a la música recibida de la tradición. Sin embargo, pronto se vio obligado a abandonar este hogar, para trasladarse con sus padres a Londres, a un gigantesco edificio de hormigonazo, lo que provocaría la nostalgia, desubicación y angustia de la familia y del propio Shane. Pero Londres pegó también en su personalidad varios sellos: la fuerza del movimiento punk y de los Sex Pistols en particular y una gran afición por la poesía más urbana. Pronto formó una primera banda y a medida que iba componiendo más y más temas, las piezas empezaron a encajar. Su fuerte personalidad, unido al físico más improbable de un frontman de banda, con los dientes incisivos más feos del universo del rock, hicieron el resto.
El documental, producido por Johnny Depp, utiliza testimonios de previos documentales de la banda, muchas animaciones, fotos y entrevistas de archivo y extensas entrevistas actuales, en las que MacGowan aparece con severísimas limitaciones físicas, causadas por el castigo etílico (sin que hayan faltado los drogas) al que ha sometido a su cuerpo sin descanso desde la infancia.
La historia de Shane y de su banda, con sus cruces, es fundamentalmente una historia feliz: no se arrepiente de beber, desearía seguir componiendo canciones como antaño, aunque ya no puede, ha hecho miles de amigos y ha una nación que le ha reconocido como uno de sus prohombres. Larga vida a Shane.
Puede que más inexplicable que las mil vidas que tiene Keith Richards, que podría estar muerto hace cincuenta años.