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Cuestión de principios

Caratula de ""

Crítica

“Hay cosas que no se compran con dinero”, frase contundente que define a un hombre íntegro, como es Adalberto Castilla (Federico Luppi), capaz de plantarse y defender su posición contra viento y marea en “Cuestión de principios”, despertando al tiempo la simpatía del espectador de cualquier punto del arco vital, pero al que le falta explicitar suficientemente sus razones pues convierte su postura en una obra a la altura de los siete trabajos de Hércules.

El aludido se enfrenta a su superior Silva (Pablo Echarri) porque no se quiere plegar a venderle una revista en la que aparece su padre junto a un príncipe italiano, y por la que el directivo tiene el capricho compulsivo del coleccionista y, principalmente, el “deber” consigo mismo de conseguir caiga quien caiga todo lo que se propone.

Ni siquiera el cóctel de insistencia y reproche de Sarita (Norma Aleandro), su mujer, de su hijo, de amigos, algunos de ellos compañeros de antiguas reivindicaciones juveniles, mueven un milímetro al héroe de esta comedia agridulce de Rodrigo Grande, también guionista, que como un don Tancredo quijotesco o un Juan Nadie de la Tercera Edad resiste el embate, nihilista (la cínica posición vital del maestro o el discurso sobre los nuevos valores del antiguo compañero revolucionario), cuya única excepción es el reconocimiento de una hija antisistema a la que hace tiempo echó de casa por su dilatada vaguería y a una compañera que le regala los oídos al comparar su sonrisa con la de Sean Connery.

El pertinaz forcejeo entre Castilla y el resto del mundo se va desarrollando en un tramado de situaciones hilarantes y dramáticamente emotivas que sitúan la cinta en terreno donde convergen buena parte de los valores y de las reivindicaciones ocultas del gran público, el actual de España, que sufre pacientemente una crisis económica originada por otros.

Por su valentía tozuda, Castilla se hace querer por todos: por los que anhelan una vuelta a valores seculares, por aquellos que reivindican todo tipo de causas sociales y por los que denostan el sistema capitalista. Es un arquetipo de hombre honesto, honrado a carta cabal que vence una tras otras las tentaciones con las que se enfrenta. Éstas vienen de todos los lados: las domésticas, una mujer insatisfecha por una vida que no cumple sus sueños (hacer un viaje y darle otro a su hijo adoptivo Rorito, un bigardo mocetón que se pasa el día tirado en el sofá viendo la televisión y jugando al rugby y la negativa de su marido a dejarla trabajar). Otras tentaciones surgen al hilo de su postura bizarra, reconocida por los compañeros, que despierta fuegos de seducción de épocas pasadas. Para más inri asumirá sin contestación alguna los planteamientos del amigo maestro que defiende en ambos sentidos la infidelidad conyugal y las aventuras fuera de la pareja como las vías necesarias para perpetuar una relación duradera.

Con estas cínicas cuitas, el protagonista siente el aguijón de la carne aunque rechaza el “apaño-trampa” de su jefe para ir a Buenos Aires con la compañera preferida, treinta años más joven. Sufrirá también la decepción, tampoco manifestada (Castilla encaja todo como un fardo de boxeo), de su antiguo compañero de reivindicaciones, convertido en su vejez a los valores adaptativos del momento, necesarios, según cree, para subirse al flujo del presente que conduce a la nada.

Pese a todo este vapuleo, se mantiene increiblemente impávido Castilla (la “Venecia”, de Charles Aznavour desvela en un buen recurso fílmico el ánimo del protagonista en el terreno afectivo, que compara a su lozana compañera con Sarita, reprochadora y ajada que se quita por la noche la dentadura) con las únicas armas de antiguos comportamientos honorables de sus progenitores y ancestros varios. Pero esta es la principal trampa del guión de Roberto Fontanarrosa y Rodrigo Grande, que construyen un personaje rocoso para todos los gustos, basado en el más genuino voluntarismo kantiano y al que no entendemos –porque no nos lo cuenta- sus razones de “santidad” laica (tampoco hay referencias a lo trascendente) más allá de las evanescentes aludidas.

Como dije anteriormente, la película gustará a unos y a otros, además de por la viveza y emotividad de las acciones y lo maniqueo del planteamiento, por las grandísimas actuaciones, como es habitual, de Federico Luppi y Norma Aleandro y de unos notables secundarios.

 

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