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Cuestión de ritmo

Crítica

Público recomendado: +14

Documentales musicales los hay muchos y buenos. Lo que más hemos visto son documentales sobre cantantes. Luego hay muchos sobre grupos de pop-rock, y algunos menos sobre guitarristas, algunos menos sobre pianistas, muy pocos sobre bateristas, aunque desde luego más que sobre bajistas.

En el mundo del pop rock es así. La estrella es normalmente el cantante. Hay cantantes que componen su propio material y otros que no, pero ambos ocupan el lugar central de los focos. Hay cantantes guitarristas que no por ello tienen más glamour de cara al público general, aunque sí ante los guitarristas amateur y pirados, entre los que me encuentro. Luego están los hombres (o mujeres) que hacen el trabajo menos vistoso, pero que son esenciales y cuya ausencia es muy difícil de cubrir: batería y bajo. Dentro de batería y bajo, el batería es mucho más visual, se le nota más, y tiene más glamour. Los bajistas, si son buenos, son increíbles, pero se hallan eclipsados. Esta es la formación básica del rock, porque así la definieron los Beatles y a partir de ella se pueden añadir cuantos músicos se quiera, pero esta es la formación canónica de una banda de rock.

Cuestión de ritmo se ocupa de los baterías, terceros en el escalón de la notoriedad y del glamour, pero no del conjunto del sonido. La batería de una banda de pop rock tiene gran parte de la culpa del impacto físico que nos causa este estilo. Y genera dependencia y a muchos, el impacto de un buen batería les ha cambiado la vida. Varios de estos aparecen en el documental, que cuenta con testimonios de algunos de los baterías más grandes: Copeland (The Police), Roger Taylor (Queen) Chad Smith (Red Hot Chili Peppers), y otros muy buenos, y tres bateristas femeninas también de gran nivel.

Prácticamente todos reconocen el magisterio previo de los que han abierto el camino: Ringo, Charlie Watts, pero algunos más decisivos, como Keith Moon (Who), John Bonham (Led Zeppelin), Ginger Baker (Cream) y otros. Unos y otros relatan el impacto que supuso en sus vidas ver a ciertos baterías. Porque en su caso, verlos es tan importante como oírlos. Su localización en el escenario es muy singular: muchas veces elevados, rodeados de platillos, cajas, bombos, timbales, tienen su propio microambiente, que domina con sus golpes el ritmo de miles de personas que se mueven a su ritmo. La visual es tan importante como la auditiva.

A diferencia de los vocalistas, nada es inmediato en los baterías; puede haber un punto de partida que sea una buena voz, pero no hay un punto de partida que sea una buena coordinación de las cuatro extremidades. El punto de partida es la pura pasión por el instrumento, porque ni siquiera sueña el batería con ser el centro ocupado por el cantante. Y es largo el camino que lleva a ser un buen batería, más duro que el de ser un buen cantante; para los baterías, el talento requiere muchas más horas de sacrificio y de entrenamiento para sacarlo a la luz y hacerlos brillar. Sin hablar del sacrificio del transporte y montaje de las baterías en los conciertos, la dura prueba de que el rock (amateur) no tiene ningún glamour.

En la historia del rock, y en los millones de microhistorias de las bandas de rock, diseminadas por todo el mundo, hay dos músicos muy cotizados, bajista y batería; serán más o menos visuales, más o menos discretos, pero como dice el viejo adagio: ninguna banda es mejor que su batería.

Pablo Gutiérrez

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