Crítica
Público recomendado: +13
Circulaba hace no mucho por las redes cinéfilas un meme que decía, más o menos –se non è vero, è ben trovato-, que Hong Sang-soo había sido detenido por rodar la misma película veinte veces en dos años. Está claro que el cine desnudo del realizador asiático no es del gusto de todos, pero el chiste revela, sin quererlo, que se trata de un autor con un estilo inconfundible, amén de un director increíblemente productivo. En efecto, el surcoerano consiguió entregar dos filmes en 2021, que han sido estrenados en nuestro país en lo que va de 2022. Así, después de Introduction -que llegó a las salas en mayo- le toca ahora el turno a Delante de ti, que compitió por la palma de Oro en el Festival de Cannes del año pasado.
Evidentemente, solo un modo de producción minimalista, o un talento soberano, pueden permitir a un director ser tan prolífico. En el caso de Hong Sang-soo, como en el de Éric Rohmer, confluyen sin duda ambos factores. Parece, de hecho, imposible negar los nexos entre ambos autores, empeñados en hacer películas dialogadas, austeras, que giran siempre -aunque con diversos enfoques antropológicos- en torno a la complejidad de las relaciones humanas y al problema central del afecto.
No obstante, Delante de ti parece despegar del resto de la filmografía de Sang-soo, en tanto que, de modo explícito y nada ambiguo, el film se abre a la trascendencia. Si quisiéramos, incluso -si Hong hubiera querido- podríamos subtitular este film como La mujer que reza. En efecto, la cinta está jalonada de momentos en los que se escucha la voz over de la protagonista, Sang ok (magnífica Hyeyoun Lee), dirigiéndose a un Dios desconocido, pero bastante familiar. “Gracias. Por esta paz, y por ahorrarme el dolor”, “déjame aceptar las cosas como Tú me las das, a cada paso que camine sobre esta tierra” o “todo es gracia” son algunos de las frases que la actriz retirada, desde su interior, eleva a un Cielo que parece escucharla. Y que, como ella misma dirá revelando el sentido y el título mismos de la cinta, “está escondido justo delante de nosotros”, en las personas que tenemos a nuestro alrededor, en una realidad en esencia hermosa. Que estas todas estas ideas sean proferidas por la protagonista, con una sonrisa ancha, tras una dramática confesión sobre su estado de salud, conmueve tanto al espectador como al interlocutor de Sang -un director de cine-, quien se muestra desbordado al encontrarse con una humanidad tan radical que es capaz de sonreír sinceramente en la antesala misma de la muerte.
Precisamente, la muerte fue el desencadenante de la conversión de Sang a esa “extraña creencia” que profesa, como ella misma la define. Muchos años antes -confesará al realizador que la escucha- a punto de suicidarse, descubrió la belleza que se oculta, incluso, tras el más áspero de los rostros humanos. Y esa belleza cambió el modo de mirarse a sí misma, de mirar a los demás, y al mismo Dios con el que dialoga. No es posible obviar el paralelismo entre esta revelación y el momento en el que el Sr. Badii, decide que “el sabor de las cerezas” -en la homónima obra cumbre de Abbas Kiarostami- es acaso suficiente prueba de la bondad de Dios, suficiente motivo como para aferrarse a la vida. Del mismo modo que no es posible no escuchar cómo resuena tras el “todo es gracia” de Sang la frase idéntica con la que concluye Diario de un cura rural (Journal d’un curé de campagne, 1951), el film con el que Robert Bresson adaptó magistralmente la obra homónima de Bernanos. Quizá se trate de guiños accidentales, pero tal hipótesis es más que cuestionable si se considera que las obras mencionadas de Bresson y Kiarostami pertenecen a ese glorioso apartado del arte cinematográfico que Paul Schrader -en su función de crítico, en su obra más excelsa- diera en llamar estilo trascendental. El cine de Sang-soo poseía hasta ahora dos de sus tres ingredientes básicos: la austeridad y la cotidianeidad. Con Delante de ti, al fin, el surcoreano opera un viraje hacia la trascendencia -coronado por una bienhumorada estasis, el factor que completa la tríada-, y se atreve a declarar explícitamente lo que ya estaba inscrito de modo implícito en el ADN mismo de su obra, a saber: que la realidad entera y, en particular, el otro, son signos de un Cielo al alcance de la mano. Es cuestión de saber mirar.