Disturbios

Crítica

Público recomendado: +16

Unrest significa disturbios, malestar, inquietud o agitación. Nos llega una película suiza -algo poco frecuente en salas españolas- en la que se juega con el concepto de “unrest” de una manera inteligente y elegante, formalmente original y atrevida.

Como un cuadro de frondosos bosques al estilo de Alfred Sisley y encuadres armoniosos, el joven director suizo Cyril Schäublin esboza los orígenes del anarquismo en el valle de Saint-Imier (Suiza) en la década de 1870, con la llegada del cartógrafo ruso Piotr Kropotkin, considerado como uno de los principales teóricos del movimiento anarquista, mientras retrata con brocha fina la minuciosa tarea de ejecutar el “unrest” en el mecanismo interno de los relojes, todo insertado en una colección de bellas estampas cotidianas en el corazón del valle.

Josephine, una de las trabajadoras de la fábrica, realiza cada día el “unrest”, es decir, produce la rueda de disturbios en las tripas del reloj. Con el obsesivo mandato de actualizar los relojes del pueblo como hilo conductor del filme, el director hace una metáfora entre esos disturbios, necesarios para que el reloj funcione, y los disturbios que poco a poco se van fraguando en el valle respaldado por el anarcosindicalismo y el malestar generado entre algunas trabajadoras de la fábrica, bajo condiciones muy severas.

Se trata del segundo largometraje dirigido por Cyril Schäublin, premiado a mejor director por esta película en la 72ª edición del Festival Internacional de Cine Berlinale, de la capital alemana, y previamente con nominación a los Premios del Cine Europeo en su debut de 2017, Those who are fine.

La fotografía es una delicia, de una delicadeza y belleza que el espectador agradecerá, acostumbrado al ritmo vertiginoso de las redes sociales y el fotograma rápido. A mi parecer, lo mejor de la película es la fotografía, mención especial a su director, Silvan Hillmann, quien ya había trabajado con Schäublin.

Se combinan primeros planos con planos detalle del trabajo relojero, a la vez que da aire y pausa con los sonidos del campo, la frondosa naturaleza y juega con un tipo de plano compuesto en el que aparecen las personas en la mitad inferior del plano,

El ritmo es bastante lento, la trama, aunque es interesante, está algo desdibujada y se da predominancia a la reflexión y la fotografía, no tanto a los personajes y a los diálogos. No tiene una gran carga narrativa, quizás más descriptiva.

Además, diría que el director quiere hacernos reflexionar sobre el tiempo, quizás no tanto como fenómeno natural, sino más bien cómo una medida, útil y necesaria para el hombre, algo que probablemente no entretendrá a muchos y sin embargo, logrará asombrar a otros.

Rosa Díe

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