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El agua

Caratula de "El agua" (2022) - Pantalla 90

Crítica

 Público recomendado: +16

“Yo soy mi madre, soy mi abuela y ahora cuento mi historia”: Las palabras de Ana, la joven protagonista de esta bella historia, sellan la declaración de intenciones de la directora alicantina Elena López Riera para con su primer largometraje: El agua.

Las históricas riadas del río Segura, en Orihuela, Vega Baja de la provincia de Alicante, donde confluyen diferentes corrientes acuíferas ciertamente misteriosas, es la fuente de inspiración de nuestra directora nobel, lugar en el que ha basado otros proyectos anteriores: los cortometrajes “Los que desean”, “Pueblo” y “Las vísceras”.

Gran conocedora de este lugar, donde nació, López Riera capta de una manera realista lo cotidiano, lo local, lo terreno, con una técnica de cine documental que recuerda mucho a Alcarrás -usada por su colega contemporánea Carla Simón-, y lo hace trascender a un plano universal, en el que las decisiones y el destino de cada persona son primordiales para el transcurso de la vida. Ana asume la carga de las creencias populares sobre su familia y sobre el pueblo, lo vive como la heredera elegida de esa leyenda que pasa de generación en generación entre las familias, contada por las abuelas y madres del municipio. La joven vive su adolescencia como sus amigos, de manera sencilla, divirtiéndose cerca de los suyos, a la vez que asimila toda esa magia que trasciende y perdura en los años, y le va calando poco a poco… hasta el punto de creerlo del todo, de creerlo dentro de ella.

Es bonito ver cómo lo transforma y le da su toque personal: ella misma le dice a su madre que no son iguales, que ella es diferente. Dice que quiere irse del pueblo, parece que tiene sus propios planes, pero hay algo que le impide romper con toda esa herencia familiar, sin duda, el principal tema de la película.

Los actores, salvo Bárbara Lennie y Nieves de Molina interpretados por autóctonos de la zona, actores no profesionales, otra técnica que acerca de nuevo a nuestra autora a Carla Simón. Elegir para el reparto a intérpretes sin experiencia logra que se muestren personajes muy espontáneos. En este caso, la directora se fijó en Luna Pamies en un botellón en su pueblo, la acertó de pleno: es la chica perfecta para asumir el papel de Ana. Rebosa naturalidad, fuerza, apego y bravura por su tierra. En ella podemos ver esa mezcla de confort de quien conoce un lugar, de quien lo ama, de quien se apoya en los suyos y a la vez, esa belleza de la inquietud y la búsqueda en la juventud.

Es verdad que hay algo de realismo mágico en la historia, superstición o “religiosidad popular”, que le da ese componente mágico a la historia de Ana, pero lo cierto es que además del término, se echa de menos algo más de magia en el libreto de López Riera. Precisamente, quizás porque pesa más el “realismo” que la magia, quizás también porque la ausencia de música contribuye a ello.

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