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El amor en su lugar

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +12

El amor en su lugar entronca con un cierto grupo de películas que giran en torno al motivo de la representación teatral durante la época del Tercer Reich. Dentro de este -más que subgénero- infragénero, se encuentran filmes tan notables como El último metro (Le dernier métro, 1981), de un tardío François Truffaut, la célebre Cabaret (Bob Fosse, 1972), o la obra maestra de Ernst Lubitsch, Ser o no ser (To Be or Not to Be), estrenada en el año 1942, en el que está ambientada la cinta de Rodrigo Cortés.

Usando como base un texto homónimo de Jerzy Jurandot, realmente representado en su día por los judíos del Gueto de Varsovia, Cortés estructura su relato a modo de puesta en abismo, es decir, de representación dentro de la representación, entrelazando los números del vodevil de Jurandot con la situación vital de los actores que lo interpretan. Estos, oprimidos entre el hambre, el frío y la falta de libertad, tratan de aferrarse al teatro como a su tabla de salvación. El arte deviene así, para ellos -y acaso para sus espectadores- vehículo de sentido existencial en medio de una situación a todas luces desesperada. Los miembros de la pequeña troupe consiguen, por medio de su actuación, de sus chistes y de sus canciones, reconciliarse con su propia humanidad en un contexto en el que les son negados los más fundamentales derechos.

Conviene alabar el fondo del film de Cortés, que enlaza en no pocos puntos con la magnífica obrita de Viktor E. Frankl, El hombre en busca de sentido (Trotzdem ja zum Leben sagen, 1977). También el psiquiatra vienés refiere en su libro cómo los espectáculos de variedades que los presos organizaban en Auschwitz de cuando en cuando les ayudaban a mantener su humanidad y su cordura, a conectar consigo mismos y, al mismo tiempo, a distanciarse de su deshumanizador contexto. Más maniqueo que el relato real de Frankl resulta, sin embargo, el ficticio de Cortés, que no escapa a los clichés más básicos del cine de nazis e incluso abusa de ellos de modo efectista hacia el final del film, haciendo palidecer así un conjunto por lo demás notable.

El amor en su lugar no pasará a figurar entre los grandes títulos de las películas de teatro en los tiempos del nazismo, como las arriba referidas. Además de su conclusión, le lastran demasiado algunas florituras formales carentes de sentido estético o narrativo, y un planteamiento nuclear de puesta en abismo que funciona solo a medias. No obstante, la película se ve con gusto, deja un buen sabor de boca y, sobre todo, incide en la capacidad del arte para conquistar el corazón humano. Para recordarnos, en definitiva, que la verdad sobre nosotros mismos trasciende siempre las limitaciones de nuestra circunstancia particular y es, en esencia, esperanzadora.

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