Crítica
Público recomendado: +12
En 2020, los campamentos de verano para niños y jóvenes fueron obra de valientes, aquellos que no se conformaban con cerrarse para vivir encerrados, sino que abrieron para vivir con todas las consecuencias y riesgos, y muchos de estos campamentos tenían y tienen su razón de ser en posibilitar un encuentro personal y comunitario de los jóvenes con Jesucristo. Para ellos el premio de esta película musical: El campamento de mi vida. Ojo, no se trata de un campamente en tiempos de coronavirus, pero sí de poner el foco en esa fundamental etapa en que los jóvenes pueden orientar definitivamente su vida: campamentos, peregrinaciones, convivencias: la fe no se vive solo, se vive acompañado.
El campamento de mi vida es el relato de un joven que acaba en uno de estos campamentos juveniles, de marcado carácter cristiano, llamado A week away, una semana separados de su entorno para volver al aire libre y ensanchar los ámbitos de la existencia humana: allí juegan, compiten, bailan, cantan, conocen a otros jóvenes y alaban a Dios. Una simpática historia romántica adolescente, musical, con baile, color, y muy dosificadas dosis de conflicto, para que a nadie se le atragante lo que es una bonita historia de chico conoce a chica. Y esto, si puedo parafrasear a BXVI, es ya una “emergencia educativa”. Hay que ayudar a los jóvenes a conocerse y recordarles que están llamados al amor, a encontrarse y fundar familias.
El caso es que Will es un joven huérfano de padre y madre desde pequeño, inestable y conflictivo, que por ser, en el fondo, un buen chico, se le ha perdonado la entrada en un correccional del estado. Eso, hasta hoy, en que se ha pasado de la raya. La ultimísima oportunidad para no acabar en un sitio de los verdaderamente chungos es la ir a este campamento de jóvenes cristianos A week away, lo cual no es precisamente lo suyo.
Allí conocerá a Avery, la chica que le hará ver que otra vida es posible, que hay un Amor previo que nos cuida, y tendrá de guía en el campamento a George, un chico tímido que, al necesitar la ayuda de Will, acabará por sacar lo mejor de este. Will y Avery tienen sus heridas de infancia, que harán crisis a su debido tiempo, y ambos se preguntan por el sentido de sus vidas y del dolor en la vida que les llegó sin tiempo a reaccionar y sin entender su sentido. El grito de dolor (grito moderado en el argumento) y la respuesta de Dios a través de la realidad de los hermanos, la familia y los amigos, se encierran convincentemente en la música y en las coreografías, excelentes todas ellas.
El caso es que la película, algo almibarada, funciona. Cuando uno es adolescente, le guste lo cursi o no, se acaba diciendo que a uno no le gusta, aunque en el fondo, guste. La prueba palmaria la tengo en casa donde la película ha enganchado, aunque luego, en el videoforum familiar, haya que “desengancharse” de lo más sensiblero, para mantener nuestras pequeñas poses. También estas tienen su razón de ser…
En El campamento de mi vida hay romance, sin pasarse, no llega a los límites de lo pasteloso, pero hay suficiente juego de miradas para enganchar al más frío superhéroe. El tándem Avery y Will (Bailee Madison y Kevin Quinn) han funcionado muy bien, el entorno de grabación, espacios abiertos, ríos y bosques de Nashville, la Meca de la música country, les hizo estar muy sueltos, en plan campamento de verano, lo que les permitió improvisar y hacer evolucionar bien a los personajes. El director, Roman White es más conocido por ser director de vídeos musicales, entre ellos algunas de las estrellas del universo country y pop (Taylor Swift, Reba McEntire, Justin Bieber…).
Por eso, no está de más recalcar que es un musical, y que algunas de las situaciones son esquemáticas. Si bien la película no carece de tensión, ni los antagonistas se esconden, los guionistas han tenido cuidado en que no predomine el mal rollo. Quizá con el pasado problemático de Will echamos de menos más conflictos y algo más de “la cabra tira al monte”; su arco de transformación se recorre con demasiada prisa, pero una convincente Avery es, en gran parte, la responsable. Con buena música, buena elección de temas, color, bailes y diversión, nos damos por enteramente satisfechos.