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El cazador de recompensas

Crítica

Público recomendado: +16

Si uno se acerca al libro titulado: Meditaciones de cine de Quentin Tarantino, podrá conocer cómo fue el proceso creativo de la película: La huida, protagonizada por Steve Mcqueen y Ali MacGraw, cuyo guionista fue Walter Hill, recordado por la citada película y por El hombre de Mackintosh, en la que Paul Newman era el protagonista, lo que me da pie para recomendar su último trabajo como cineasta El cazador de recompensas.

El realizador ha contado con una gran estrella como Christoph Waltz (amante del cine de Vittorio de Sica), doble ganador del Óscar con dos cintas de Tarantino con aroma a tarta Sacher tan propia de Viena. Este actor centroeuropeo  protagoniza este western y afirma que no es su género favorito, pero que siempre le ha ido bien como demostró en su portentosa actuación en Django desencadenado del citado Tarantino. En esta ocasión ha aprendido a manejar el mítico Winchester que no puede faltar en ninguna película de este género. Estas fueron sus declaraciones a Fotogramas: “Los objetos suelen tener una función muy concreta que los actores agradecemos. Este rifle de repetición debe sostenerte de tal manera que los casquillos salten del arma, vacíos, cada vez que cargas.”

La historia gira en torno a una mujer que huye con un desertor afroamericano del ejército de los Estados Unidos, que es perseguido por un cazador de recompensas, contratado por el marido de ésta.

El cineasta Walter Hill dedica esta producción al cineasta Budd Boetticher, vinculado al cine clásico del Oeste y a su intérprete fetiche: Randolph Scott. Los paralelismos con la trilogía del dólar de Sergio Leone son más que evidentes, pero patrocinado por “don Limpio”. De hecho, el título en inglés es el siguiente: Dead for a Dollar y la banda sonora del compositor, Xander Rodzinski, recuerda a Ennio Morricone.

Esta producción destaca por una cuidada fotografía y unos encuadres originales, que recuerdan a los cómics y la forma de filmar de Leone con un buen manejo de juego de luces y sombras en tono sepia, el color propio de las fotos de estudio de los de las primeras décadas del siglo XX. La historia no es especialmente singular (pues en este género todo está inventado), pero es entretenida. Los diálogos están bien. Sin embargo, los personajes van especialmente limpios y elegantes, mientras que las localizaciones parecen impecables y, hasta el más desaliñado de los personajes (Willem Dafoe), no tiene pinta de vivir en el infierno del desierto de Arizona o similar, por lo que en este sentido no resulta convincente, así  como la necesidad de incluir un par de rápidos destapes que te sacan de la producción porque rompen el tono. La ambientación histórica está muy lograda, ya que al desarrollarse la trama en la frontera entre México y Estados Unidos se produce el encuentro cultural en sentido positivo o negativo, que permite conocer varios puntos de vista. Los soldados negros encontraron en el ejército una profesión con la que   sobrevivir o de vivir un poquito mejor, puesto que nadie pensó el modo en que estos esclavos se incorporarían al mercado laboral cuando obtuvieron la libertad y los duelos se ajustan a la verdad histórica al situar a los pistoleros relativamente cerca el uno del otro. El esperado tiroteo final me ha gustado bastante.

A modo de conclusión, esta cinta permite reflexionar sobre si la venganza es la mejor forma de solucionar un problema. En el caso del personaje protagonista se entiende que, a pesar de que su trabajo de cazador de recompensas requiere del uso de la fuerza, no está dispuesto a pasar ciertos límites porque su ética se lo impide.

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