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El faro

Caratula de "El faro" (2019) - Pantalla 90

Aunque haya algo muy concreto sucediendo en pantalla –dos hombres atrapados en un islote que intentan mantener la cordura– creería que hay espacio –metafórico, claro está, puesto que esta cinta está filmada para aparecer claustrofóbica en formato de 4:3 y blanco y negro– para leer El faro (Robert Eggers, 2019) en clave mitológica.

Thomas (Willem Dafoe) y Ephraim (Robert Pattinson) llegan a la isla del faro en un barco que desafía las aguas tormentosas y amenazantes. La atmósfera es palpable: olas enormes que se baten contra las rocas filosas, una luz sombría incluso cuando no es de noche. Muchos planos picados, cercanos, agobiantes hasta cuando se fotografía en exteriores. Los espacios y las mentes de los personajes van haciéndose cada vez más atemorizantes, con la música subrayando los episodios de descenso en espiral a la desesperación y la locura.

Thomas habla como un dios griego, y se comporta como uno: castiga, seduce, embriaga, compadece, alecciona, engaña a Ephraim. “Un hombre que no bebe debe dar sus razones”; “No molestes a las aves de mar”; es todo apotegmas, aforismos, un dios que se emborracha, se tira pedos, se venga. Thomas es una voz que recita un parlamento (“esa actitud del capitán Ahab”, le dice Ephraim) y hace trabajar duro al joven al mismo tiempo que lo mantiene alejado del faro, pues solo él sube sus escaleras hasta la luz, ante la cual se comporta como un amante.

Puede adivinarse adónde va Eggers (La bruja, 2015): Ephraim, ese Prometeo marino, rebelde, querrá hacerse con el fuego, la luz. Una cinta de resonancia muy poderosa en el espectador precisamente por su referente mitológico, apoyada en la puesta en escena y fotografía envolventes, penetrables, de tono alto a la manera expresionista, y coronada con las interpretaciones desasosegantes de Dafoe y Pattinson, que lo tiene todo: a ratos es graciosa, a ratos espeluznante, a ratos onírica, siniestra, íntima, histórica, aunque siempre fascinante y temeraria.

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