Crítica
Público recomendado: +16
Al igual que hace unos días destacábamos la capacidad del cine americano para generar secuelas y más secuelas hoy toca destacar la de dar vueltas y más vueltas a mitos de toda la vida. ¿Conocen al ‘hombre del saco’? ¡Claro que sí! Y no nos referimos a John Wick porque (frase sacada directamente de la primera película) “es el hombre que envías para matar al hombre del saco”, ni a Keyser Söze de la maravillosa Sospechosos habituales, sino al ser horripilante. Pues ya tenemos nueva versión del mito, solo que esta vez ni sorprende ni asusta.
Durante siglos, los padres han advertido a sus hijos sobre el temible Hombre del Saco, un ser maligno que rapta a niños inocentes y los aparta para siempre de sus familias. Patrick (Sam Claflin) escapó de sus garras por los pelos en su infancia, pero el trauma que le generó aquel encuentro le ha perseguido desde entonces. Tras mudarse a su antigua casa familiar con su esposa e hijo, Patrick descubrirá que la tenebrosa criatura continúa allí, acechando sus pesadillas y amenazando con arrebatarle aquello que más quiere en el mundo.
Dirige Colm McCarthy con libreto de Joh Hulme, mejor dicho, con sencillo y trillado libreto porque tiene muchísimos agujeros y tira de los tópicos tan habituales en el cine de terror: personajes con nula inteligencia y reacciones absurdas, luces que oportunamente se apagan cuando merodea el malo, cámaras de vigilancia que hacen lo mismo en ese momento concreto, sustos de “sí pero no” para dar lugar al “ahora sí… pero no da miedo”. Y encima no falta la referencia forzada a la ideología LGTB que no aporta absolutamente nada, aunque por fortuna pasa rápidamente sin pena ni gloria.
En todo caso hay algunos mensajes positivos: la superación personal y no dejar que los reveses te hundan ni los miedos te bloqueen; también sobre la paternidad, saber cuidar de los tuyos sin permitir que dichos miedos o incluso tus traumas te impidan llevar a cabo bien esa tarea. Por último, afortunadamente, una breve pero buena referencia a que hay algo más, algo superior, que cuida de nosotros y en lo que podemos confiar cuando todo parece perdido. Vamos, que no han dicho la palabra “Dios” para no espantar a los no creyentes, pero a buen entendedor pocas palabras bastan.
Las actuaciones son bastante planas pero es verdad que Sam Claflin lo hace bien como padre asustado por los traumas pasados que intenta sobreponerse a ellos. El resto son, la verdad, simples comparsas que están como podrían no estar.
Desde luego no es la versión definitiva del mito del hombre del saco y el clímax no acompaña de ninguna forma, además con cierto tufo a feminismo radical moderno. La disfrutarán, suponemos, los adolescentes que la vean un viernes noche en casa con poca luz para pasar un “mal” rato, pero casi garantizamos que a la media hora la habrán olvidado.
Miguel Soria