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El imperio de la luz

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +12

Siguiendo la estela de grandes cineastas como Alfonso Cuarón, González Iñarritu o Steven Spielberg; el director Sam Mendes  homenajea a su madre en El imperio de la luz. El mencionado realizador es recordado por brillantes películas como 1917, Camino a la perdición o la ácida American Beauty, ganadora del Óscar. Se trata de una persona que manifiesta su amor por la historia y sus producciones muestran de manera fidedigna la manera de vestir o de sentir en una determinada época de una parte de la sociedad como por ejemplo vemos en Revolutionary  road, logrando trasladar al espectador a otra época con la dificultad que conlleva, emulando y superando desde un punto de vista técnico al plano secuencia de Orson Welles en Sed de mal o a Rodrigo Cortés en El amor en su lugar, pues en tan solo tres planos secuencia logró rodar de modo sobresaliente la película histórica: 1917.

En este caso nos lleva a los años ochenta para contarnos la vida de una mujer que sufre esquizofrenia, utilizada por su jefe y que necesita un grupo de amigos para sobrellevar la enfermedad en un largometraje con un ligero toque hedonista que empaña un poco el resultado final.

La actriz Olivia Colman ha sido la prolongación del director en la pantalla, una magnífica intérprete capaz de transmitir tristeza o alegría con facilidad  y su sonrisa expresa una gran naturalidad. Este cineasta vuelve a demostrar que no hay género que se le resista como le ocurre en este homenaje a su madre y la problemática de la esquizofrenia. El cineasta y guionista sabe mover los hilos y, poco a poco, nos cuenta detalles de todos los personajes, que siempre tienen algo que decir o no, porque los silencios son realmente importantes y no están puestos de relleno.

Sam Mendes nos invita a reflexionar sobre el valor de la amistad e incluso sobre el concepto de comunidad por la capacidad de algunos de ellos para entender la interioridad del ser humano y el modo en el que unos y otros se comprenden, aunque la fe no aparece de manera explícita, el actor de raza negra junta las manos en situaciones difíciles, ya que de todos es conocida la intención del realizador de llevar a los personajes al límite, influenciado por su sangre británica e italo-portuguesa con lo que toca todas la dimensiones del ser humano. La escena en la que la madre del protagonista, sin ningún tipo de connotación sexual, le tiende la mano a la amiga íntima de su hijo forma parte de la forma de vivir la amistad en la cultura africana.

El largometraje se pasa en un suspiro a pesar de que pueda parecer lenta, pero los diálogos son significativos y las transiciones son rápidas y bellas. Esta cinta de muy buena fotografía viene avalada por la nominación a los Óscar en esa categoría este año por un gran fotógrafo: Robert Deakins (16 veces nominado en dicha especialidad). En un segundo plano, el tema del racismo tiene su importancia, donde la sinrazón del racismo por parte de los cabeza rapada (skihead) queda patente, ya que cuando se relaja la moral y la espiritualidad decae, parece que todo vale incluso atentar contra la dignidad del ser humano.

Finalmente, esta producción es de gran belleza, recordando este tipo de producciones que nos hablan del cine dentro del cine como ocurría con La noche americana de François Truffaut; Érase una vez…Hollywood de Quentin Tarantino; la inolvidable Cinema paradiso de Giuseppe Tornatore o alguna que otra película española de gran nivel. De hecho, las escenas del maquinista (un gran Tobey Jones) en la sala de proyección tiene una magia especial tanto las que tienen que ver con el funcionamiento como por la capacidad de evasión del séptimo arte, que te traslada a otro lugar, siendo un momento especial para descansar de las dificultades del día a día. Otra escena cargada incluso de ternura es aquella en la que este pequeño gran hombre descubre que su amiga no está pasando por un buen momento.

Víctor Alvarado

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