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El mal no existe

Crítica

Público recomendado: +16

El mal no existe, del director nipón Ryūsuke Hamaguchi, se inscribe dentro de un ciclo de filmes próximos a una variante ecologista del realismo social propia de nuestro siglo y que incluyen, además, elementos de lo que podríamos llamar noir rural: una ramificación del cine criminal que se deriva de los conflictos planteados entre las gentes del campo a causa del capitalismo sin escrúpulos. Como exponente privilegiado de dicho ciclo viene a la mente, de inmediato, la portentosa As bestas, de Rodrigo Sororgoyen, homenajeada de modo evidente en la resolución del film de Hamaguchi. La secuencia central de El mal no existe, por otra parte, parece parafraseada de la inolvidable asamblea de Tierra y Libertad (Land and Freedom, Ken Loach, 1995) y posiblemente lo sea, convirtiendo así lo que era un grito contra la injusticia social del comunismo en un alarido idéntico en contra del capitalismo. Poner ambas secuencias una al lado de otra evidencia de modo particularmente claro la realidad de dos sistemas que, de manera sospechosamente parecida, pisotean la propiedad y la libertad del individuo y aun de la comunidad, a fin de someterlas a los dictados de la colectividad o del capital. Una comparación que se antoja como una bellísima tarea de análisis comparativo para quienes nos dedicamos al estudio del cine.

No se deben esperar de El mal no existe, sin embargo, las profundidades narrativas y metatextuales de la maravillosa Drive My Car (2021), ni la genialidad sigilosa de Happy Hour (2015), posiblemente una de las obras claves del cine de lo que va de siglo. Aunque sigue la estela de ambas en lo que respecta al retrato estimulante de las relaciones humanas y de los conflictos entre personas que, embebidas en las reglas sociales, no parecen para nada conflictivas —la procesión va por dentro, y los sentimientos acallados acaban por manifestarse— estamos aquí ante una obra menor en la filmografía de su autor. Menor, en el caso de un señor como Hamaguchi, que nos tiene acostumbrados a la obra maestra, no significa insignificante ni indigna de nuestra atención. El film que nos ocupa se ve a gusto; mantiene la tensión de fondo a pesar de sus formas apacibles, como es propio de los grandes del cine nipón bajo el signo de Yasujiro Ozu, capaz de contar, como en Cuentos de Tokio (Tōkyō monogatari, 1953) el derrumbe de toda una cultura a través de rostros eternamente sonrientes, solo rendidos a la lágrima en los últimos compases del metraje.

Puede ser que el tono de videoensayo o incluso de vídeo casero de algunos tramos del primer acto del film o el final del tercero, acaso lastrado por su exceso de simbolismo, lleven a desconectar del relato, en algunos momentos, incluso al amante del cine de autor. Solo el cinéfilo será, en efecto, el público natural de este manifiesto de Hamaguchi contra esa plaga bíblica en castigo de los pecados del capitalismo que es el turismo sin coto. No obstante, vale la pena concederle una oportunida como beneficio de la duda; quizás incluso un segundo visionado. No es, El mal no existe, un film de amor a primera vista, pero es bien posible que salga ganando al revisitarlo.

Rubén de la Prida

https://youtu.be/TU-A-vZDsRw?si=q6S2-X4zGBhFoGz5

 

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