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El mejor verano de mi vida

Caratula de ""

Crítica

Público recomendado: Jóvenes y adultos

El joven realizador catalán de 29 años, Dani de la Orden (El pregón, 2016), sirve una comedia veraniega al uso, rítmica y de elegante puesta en escena, sin alharacas ni fuegos artificiales, pero que recuerda que la familia es ese lugar donde uno debe permanecer, como decía el director de cine bonaerense de 65 años, Marcelo Piñeyro, en su Kamchatka (2002). Y el cine español rara vez afronta con respeto la unidad familiar. Por eso, El mejor verano de mi vida se instala en la cartelera patria como un oasis, como un reducto fílmico, en el que uno se puede detener…

Por su parte, la película sigue las andanzas de Curro, un fantasioso vendedor de robots de cocina que sueña con un trabajo en el mundo financiero. En plena crisis de pareja y con fuertes deudas hace una promesa que no puede cumplir: si su hijo Nico de 9 años consigue realizar el curso con sobresalientes en todas las asignaturas, le llevará a unas vacaciones de verano inolvidables. El niño lo consigue y padre e hijo emprenden un viaje que les llevará a conocer gente y vivir situaciones que jamás hubiesen imaginado y que cambiarán sus vidas.

Escrita a cuatro manos por Daniel Castro, Marta Suárez, Olatz Arroyo y el propio director, Dani de la Orden, la película es un remake, una nueva versión del filme italiano Sole a catinelle (Gennaro Nunziante 2013) que el cineasta español enfoca mejor y actualiza al ritmo de las producciones del momento.

Vaya por delante que, ni de lejos, El mejor verano de mi vida va a convertirse en una película de referencia de la tibia cosecha del cine español por el habitual estilo narrativo al que estamos acostumbrados, que a menudo no sale bien parado. No creo que sean necesarios ejemplos.

Sin embargo, el filme contiene momentos impagables, gags y chistes de sus protagonistas aparte, cuando consigue romper la norma de lo políticamente correcto y dota a la comedia de una familiaridad envidiable, que está ahí y se nota y eso es lo más importante, principalmente cuando discurre -en el fondo- por derroteros de puro drama. Y es en ello donde De la Orden demuestra su destreza al convertir situaciones caóticas en verdaderos momentos desternillantes de humor blanco -lo fácil hubiera sido corromper el argumento-, de destellos de solidaridad, del triunfo de lo tradicional frente a la pasayada contemporánea. Y de hacerlo todo con respeto, con galanura, como se hacía antes en las comedias de Paco Martínez Soria o Alfredo Landa -dejemos el landismo al margen-, redescubiertas en esta producción.

Otro de los hallazgos argumentales destacados es la relación padres-hijos que De la Orden ha afrontado con madurez. Precisamente ahora, cuando por medio mundo en el cine se exhiben los modelos de familia disfuncionales, con padres periféricos e hijos sin destino. Al contrario, El mejor verano de mi vida explota la relación padres-hijos con responsabilidad, con soltura, con inteligencia y, si cabe, de muy buen acabado.

Estamos, pues, ante una comedia ligera y comercial, que funciona perfectamente como entretenimiento veraniego en la que se aprecia que lo de siempre, si se sabe lo que se quiere contar, engancha. No digamos si el monologuista y actor Leo Harlem está al frente de este tinglado y su incontinencia y fluidez verbal obliga a que el respetable acabe desternillado. Naturalmente, se encuentra felizmente apoyado por una batería de secundarios de lujo, bien dirigidos, que cumplen con suficiencia sus roles. Vale la pena hacerse con la entrada.

 

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