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El mundo de ayer

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: + 13

Esta película es previsible y, a pesar de eso, interesante. La parte que uno ya se espera es que la tensión radica en cómo evitar que llegue al poder un candidato de “la extrema derecha”. En torno a él, se arraciman todos los temores y los estereotipos del progresismo europeo. Faltó que le pusieran el nombre de alguno de los candidatos que compitieron hace unos días con Emmanuel Macron en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas. No faltan ni los rusos ni la financiación irregular de las campañas. Habrá que seguir esperando, pues, una película en que el peligro sea la llegada al palacio presidencial de un candidato abortista.

Sin embargo, como les decía, esta película no carece de interés. En efecto, Diastème, guionista y director de “el mundo de ayer”, ha diseñado una distopia en que el pensamiento de Stefan Zweig (1881-1942) -el celebérrimo autor del verdadero “El mundo de ayer” (1941) y “Mendel el de los libros” (1929)- cobra nueva vida. El paralelismo entre el ascenso del candidato de la extrema derecha y la llegada al poder de Adolf Hitler en 1933 resulta evidente. Elisabeth de Raincy (Léa Drucker), presidenta de la República francesa, progresista, ecologista, laicista y, en fin, “republicana” sólo tiene tres días para evitar el triunfo final de su adversario Willem (Thierry Godard), que es un ultraderechista homófobo, xenófobo, antisemita, antiabortista, partidario de la pena de muerte, católico practicante, casado y con una amante. Ya ven que no le falta nada. A lo largo de esas jornadas asistimos a una lectura alternativa de lo que podría haber sucedido en Europa de haberse impedido lo que Bertold Brecht (1898-1956) describió en “La resistible ascensión de Arturo Ui” (1941). La llegada al poder de los “fachas”, término equivalente del “fachos” que se repite en la versión original de la película. Sólo Francia resiste aún el ascenso de la “internacional fascista” -así la llaman- en toda Europa.

Así, en esta tensión radica la fuerza de la película y, ¡ay!, también su debilidad. Los estereotipos terminan cayendo en la caricatura. El final es salvable -no lo desvelemos- pero los 89 minutos del metraje nos deparan pocas sorpresas. Ya sabemos cómo es ese candidato que encarna el mal y cómo es la heroína que salvará a Europa de la repetición de su propia historia. El pensamiento de Zweig, que, de alguna forma, representa Franck (Denis Podalydès), secretario general y estrecho colaborador de la presidenta, resulta algo caricaturizado en la medida en que probablemente se horrorizaría, también, de lo que el progresismo posmoderno pretende defender. De nuevo, el mundo que el autor austriaco reflejó en sus obras no consideraba que el aborto, la eutanasia o la eugenesia fuesen formas de progreso. Probablemente hoy nuestro escritor hubiese combatido a muchos de esos progresistas que toman su nombre en vano.

No obstante, la película tiene alguna cosa salvable. La dirección de actores es muy buena y la puesta en escena no defrauda. El guion es ágil. El modelo de ser humano que la película evoca en el título -el gran Zweig autor de “El mundo de ayer”- es ejemplar, pero está distorsionado por la distopia que el director propone. El que se opuso a los nazis no podría defender buena parte de los consensos progresistas que pretender representar el “republicanismo” de la presidenta. Creo que Zweig hubiese combatido contra ella y su adversario. Él se hubiese opuesto, sin duda, a la extrema derecha, pero también a ese “republicanismo” abortista y progresista posmoderno.

Así pues, si no fuese por ese sesgo que lo impregna todo, sería una película muy recomendable. Por desgracia, Diastème prefirió hacer una obra política al estilo de las de Costa-Gavras o Pontecorvo. Él mismo lo explicó en una entrevista: “el problema no ha hecho más que empeorar desde 2015, no sólo en Francia sino en todo el mundo. Obviamente, me preocupa. Hemos tenido a Trump, Bolsonaro, Turquía, Hungría, Polonia, Salvini en Italia, todo al mismo tiempo. No veía el sentido de escribir sobre otra cosa, la verdad…”. El director dice que “el fascismo es la muerte”. Un católico no puede dejar de pensar en la denuncia que Juan Pablo II hizo de la “cultura de la muerte” y la resonancia que eso tiene también en el progresismo que pretende ser antifascista.

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