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El mundo sigue

Caratula de "El mundo sigue" (1963) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Los estereotipos de la época, pero en registro pesimistas, destacan en una película rescatada tras 50 años de su primer estreno en un cine de Bilbao: El mundo sigue, de Fernando Fernán Gómez, al cual debemos también el guión de una obra que encontró muchas dificultades comerciales y políticas para navegar con buen rumbo en aquel 1965.

Ahora la distribuidora A contracorriente la ha desempolvado y presentado recientemente en la Academia de Cine para los medios de comunicación y, próximamente, la veremos en blanco y negro (como el original) en nuestras pantallas como relato de una época, el que hizo el novelista Juan Antonio Zunzunegui en su novela y que Fernán Gómez plasmado en celuloide.

Este crudo relato escrito, filmado y protagonizado por el polifacético Fernán Gómez nos acerca al Madrid de los inicios del desarrollismo económico de la Dictadura de un barrio castizo, con las estrecheces del momento y no solo económicas, sino morales, también. Machismo, adulterio, celotipias, religiosidad estrecha y mojigata… Un abanico de bajezas de las que se libran únicamente algunos de los personajes. Una parte del todo (bueno, regular y malo) del momento, de lo que da fe un servidor, porque nunca hubo ni habrá mundos perfectos.

Valorar El mundo sigue por su notorio y adelantado planteamiento formal en llevarla a término, con escenas sobresalientes como el travelling de la vida de la joven Luisita (Gemma Cuervo) mientras sube la escalera de su casa, o la contundencia del primerísimo plano de un Fernán Gómez estragado por la culpa. Son solo algunos recursos utilizados brillantemente para contar con imágenes, también en el rodaje de largas escenas en las que se concatenan personajes, edificaciones, negocios… del Madrid de antaño.

En aquel Madrid, donde los hombres tenían veda para mirar –y mucho más- impertinentemente a las mujeres y donde estas eran las que cargaban con el oprobio social si tenían deslices sexuales. Si estos se hacían recurrentes y establecidos, como en el caso de Luisita, el rechazo de padres y familiares estaba cantado, con alusiones recurrentes al honor manchado por la “oveja negra” de turno.

De todo aquello había bastante, pero también de compromiso con las virtudes cívicas que el Régimen promovía a tiempo y destiempo en campañas que iban desde dejar el asiento en el Metro a ancianos, embarazadas y madres hasta mantener limpia la ciudad, tan urgente hoy en este Madrid sucio en todas sus costuras menos turísticas.

Poco espacio hay para las alegrías en este filme, que inicia con una enferma Milagros Leal, madre de Eloisa, Luisita y el beato hermano, escalando los pisos de su vivienda que pone en vilo al espectador. En ese hogar todo se ennegrece con las disputas continuas entre las dos hermanas, a las que intenta enderezar el padre –un guardia- con algunos golpes y el hermano con unos reclamos pietistas y de condenación eterna que ridiculizan el resto del núcleo familiar.

En suma, El mundo sigue es fiel a su tiempo, ya que muchas cintas de los cincuenta y sesenta adolecían de tópicos en sentido contrario, que subrayaban la bondad del personal con arrobas de moralina, que convencían a pocos y convertían los personajes en cartón piedra.

En cualquier caso, siempre hubo filmes que, más o menos optimistas o pesimistas, brillaron con méritos propios. Y si no lo hicieron antes, lo harán hoy, esperamos, porque El mundo sigue.

 

 

 

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