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El nacimiento de una nación

Caratula de "El nacimiento de una nación"

Crítica:

Público recomendado: Adultos

El cine esclavista está de moda. Mejor dicho, el cine sobre el periodo de la esclavitud, ya que puede haber cabida a una errónea interpretación nimia y puntillista, aunque demoledora.

Esto ocurre gracias a una tremenda percepción que tenemos hoy sobre el periodo esclavista, más concretamente el estadounidense, aunque en Europa tampoco nos quedamos cortos. Estas visiones han quedado plasmadas en el mundo de lo audiovisual con distintos ojos: desde aquella obra maestra más enfocado a lo político de Gillo Pontecorvo Queimada hasta la última genial salvajada de Tarantino, Django Desencadenado; el cine del Spielberg más reivindicador con Amistad y Lincoln, hasta la reciente y cruda 12 años de esclavitud. Solo por citar algunos de los ejemplos más conocidos, los cuales han tratado este tópico de distintas formas: algunos más realistas, otros como puro artificio para ir por otros senderos aunque si rallar el monumental descalabro al estilo de la muy condenable serie Spartacus. Al carro se une un primerizo Nate Parker, que a pesar de ser su opera prima decide iniciar con ambición y riesgo de un posible fracaso. Por suerte para Parker, podríamos decir que sale airoso de su propuesta aunque con muchos “peros”.

La obra narra el alzamiento real de Nat Turner un joven pastor de raza negra, utilizado en principio para que el resto de esclavos obedecieran la voluntad de su amo por ser designio de Dios, que decide revelarse contra aquellos que lo oprimen, tanto a él como a su gente, formando así una rebelión. La obra de Parker fue toda una sensación en Sundance, recibiendo alabazas de toda la prensa especializada y alzándolas como una de las películas del año, recibiendo un batazo tremendo por parte de los Oscars al no recibir ninguna nominación (quizá por miedo a ser repetitivos). El nacimiento de una nación recoge el testigo que dejó McQueen en 2013 para dar un nuevo giro a la redonda, por ello las comparaciones entre ambas son odiosas: Solomon Northup era un pobre hombre libre que vive la experiencia de ser esclavo; Nat Turner es un esclavo desde que nació, con el odio fluyendo por sus venas. Parker trata de mostrarnos lo qué ocurre cuando te enfrentas a una sociedad libre de raciocinio, lo que conlleva acciones sin juicio, puramente instintivas: la defensa contra el opresor por cualquier medio. Narrativamente sufre los altibajos de un director novel, aunque con un pulso envidiable pero sin brillar demasiado; la dirección es bastante sencilla, sin demasiado lucimiento para Nate Parker tras las cámaras, todo lo contrario a lo que ocurre delante: una contenida interpretación que estalla cuando tiene que estallar, siendo el punto más fuerte de la película.

Moviéndose por los senderos del cine independiente, a medio camino entre lo impresionista y la marca propia hollywoodense El nacimiento de una nación abusa sin embargo de sus intentos por bañar cada fotograma de una aroma épico algo pesado, como la batalla final. Cuando deja este hecho de lado y se centra en la relación entre personajes, como las de Armie Hammer y Nate Parker la película gana enteros; desaprovechado Jackie Earle Haley, que en sus pocas apariciones está soberbio, como de costumbre cuando se trata de interpretar el papel del “más malo de todos”.

En conclusión, esta antítesis de El nacimiento de una nación (D.W. Griffith) consigue desmarcase del efecto 12 años de esclavitud, alzándose como una obra de seña propia, muy conseguida aunque en ocasiones violenta en exceso, a pesar del tema que se trata pues siempre hay una criba entre lo necesario y lo cargante. No obstante, Nate Parker destaca en su debut como director, simple pero efectivo, llevando a cabo una propuesta tan dura y arriesgada como disfrutable.

 

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