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El padre

Caratula de "El padre" (2014) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado:  jóvenes

Resulta sugerente el punto de vista del relato parabólico sobre el pueblo armenio del director turco-alemán Fatih Akın.

Que un director de ascendencia turca quiera contar la historia del pueblo armenio es un cierto acto de expiación. El genocidio armenio por parte del imperio otomano durante la Iª Guerra Mundial es presentado con toda su crudeza sembradora de víctimas, pero por encima de la barbarie destructiva Akin muestra también la mejor parte de los seres humanos, que aún se tienen los unos a los otros, más allá de las diferencias.

El actor Tahar Rahim sostiene el peso de la película en su interpretación de Nazaret Manoogian, un herrero armenio casado y con dos hijas gemelas a las que cuida y acompaña con toda su ternura. Con la llegada de la masacre el padre es conducido a un campo de trabajos forzados y a pesar de la cercanía de la muerte logra sobrevivir. Algo que no pasa con su familia salvo las dos hermanas que logran escapar haciendo un largo camino como refugiadas. Tras sus pasos emprenderá “el padre” este éxodo donde su razón de vivir, su obsesión, será reencontrase con ellas.

Fatih Akın es autor de historias mínimas con fuerza dramática y buen trabajo actoral como“Contra la pared” que ganó el Oso de oro al mejor director y film en el Festival de Berlín en el 2004 o la muy interesante “Al otro lado” que fue galardonada con el premio al mejor guion de Festival de Cannes 2007. Sin embargo ahora se enfrenta a una epopeya que trata de representar a un pueblo, a forma de peregrinación configuradora de la resistencia.

Mayoritariamente la crítica ha considerado que es una película fallida dado el nivel del director. No es ésta mi opinión. Es cierto que la narración se hace repetitiva pero no deja de ser una forma de acompañamiento de un exilio desesperado. Tienen razón los que señalan que es demasiado episódica, perdiendo fuerza el conjunto dramático pero también es verdad que cada encuentro describe un retazo de humanidad tanto del protagonista como de la multiculturalidad universal de sus luchas y sus benefactores. El tono pesimista tampoco se decanta por la desolación, llena de dolor no es luminosa pero hay mínimos destellos aunque sin concesiones.

Narrativamente se presenta como un díptico. Tras el pequeño prólogo de la vida feliz del pueblo armenio con la llegada de la persecución la película nos sumerge en el tiempo de la desolación. La secuencia gris y negra en el campo de refugiados con la muerte de la cuñada supone la entrada en el túnel del sin sentido. La crisis de fe alcanza a Nazaret que reniega de su Dios cuando su familia ha sido aniquilada. Lanzar piedras a Dios es el grito del creyente que ya no puede soportar la tristeza ni creer en un Dios que calla ante el dolor. La segunda tabla del díptico comienza cuando recibe la noticia de la supervivencia de sus hijas. Un camino que le lleva a Siria, Cuba y EEUU. Lugares del exilio armenio, un pequeño pueblo errante. En este itinerario junto a las pruebas encontrará ángeles y demonios, entre los bienhechores un intencionado despliegue multireligioso: el soldado turco que se niega a matarlo, el musulmán que le acoge en Alepo, las misioneras alemanas que le permiten encontrar la pista de sus hijas o el armenio que le guía en Cuba. Pero también aparecerán los demonios con variedad multiétnica desde los oficiales otomanos, el rico armenio o los trabajadores en Dakota que le llaman judío y le apalean.

Nazaret, el héroe armenio, en un resistente que renuncia a la violencia para el cual la recuperación de sus hijas es la forma de recobrar su futuro. Una promesa que es personal pero resuena a colectiva. Cuando llegan los momentos del hundimiento, aparece una ayuda trascendente. Levántate, “porque todo el que pide recibe y el que busca halla” (Mt 7,8). La promesas quizás pueden cumplirse pero nunca como se espera.

La voz silenciada del protagonista es un símbolo del que la narración cinematográfica quiere ser memoria de contraste, palabra/imagen que rompa el silencio. La ocultación del genocidio exige ser proclamada. Los supervivientes están heridos pero no derrotados “Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos” (2 Cor. 4, 8-9).

La grulla, pequeña parábola en el prólogo, acostumbrada a recorrer largas distancias, anuncia un éxodo que aún continúa. Incluso el pueblo perseguido, que se siente ateo en la desolación, está acompañado por Dios que también guarda el silencio, para decir su Palabra con pequeños mediadores y con sueños resistentes. El Dios compañero junto a las grullas, homenaje y justicia a las víctimas de muertes violentas, que renqueantes siguen adelante, aleando.

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