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El palacio ideal

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: jóvenes y adultos

Ambientada a finales del siglo XIX, El palacio ideal de Nils Tavernier (hijo del famoso Bernard Tavernier) cuenta la conmovedora y real historia del cartero Joseph Ferdinand Cheval, un hombre sencillo y solitario que todos los días recorre las aldeas de la región de Drôme para cumplir con su trabajo. Un día, su monótona rutina se ve alterada por el encuentro con Philoméne (interpretada por Laetitia Casta, como siempre bien identificada con la psicología de su personaje), una joven atractiva que pronto se convierte en su mujer. De su unión nace la pequeña Alice, que será el objeto del amor total de su padre, hombre difícil pero de gran corazón, como se desprende a lo largo del desarrollo de la película. Es por ella que Cheval se propone el gran objetivo de su vida: construir un palacio de piedras con sus propias manos, obra a que dedicará 33 años y que hoy en día es todavía posible admirar en el pequeño pueblo de Hauterives, en medio de las colinas de Drôme; obra que no dejó de llamar la atención de artistas como André Breton, Pablo Picasso o Max Ernst, y llegó a ser declarada Monumento Histórico en 1969 por el entonces ministro de cultura André Malraux, dentro del epígrafe de arte naif.

Con una gran ternura hacia sus personajes, Nils Tavernier logra narrar una historia en la que el público, aun identificándose con el anhelo de su protagonista, magistralmente interpretado por Jacques Gamblin (para el cual Tavernier confiesa haber escrito esta película), es puesto delante del misterio de la intimidad de ese hombre, y de su decisión aparentemente loca de construir un palacio entero basándose exclusivamente en sus propias fuerzas, indiferente a su propio sufrimiento físico y a la incomprensión e incluso el desprecio por parte de los demás. El público es llevado a contemplar la poesía que se esconde en el interior y detrás de la aparente dureza del cartero, en su forma de perderse en la naturaleza, de tocar las piedras, y de mirar a su pequeña Alice. Justamente en la naturaleza, las piedras, y en las imágenes exóticas que ve en los periódicos y cartas que pasan por sus manos, Cheval encuentra la inspiración y el alimento para su sueño. Aunque el cartero sea incapaz de comunicar sus sentimientos verbalmente, en el gran gesto de amor que es la construcción de un palacio exclusivamente para su hija, entendemos la altura del corazón de ese hombre.

Nils Tavernier, abarcando los grandes temas de la vida, el amor, la muerte, el sacrificio, y gracias a la presencia de unos personajes principales y secundarios (Natacha Lindinger, Florence Thomassin, Bernard Le Coq) perfectamente integrados en sus papeles, nos presenta con mucha humanidad la generosa y dolorosa aventura de un hombre especial, contando al mismo tiempo con la belleza majestuosa de los paisajes de la Drôme. Una película en la que, como comentó el director citando a un amigo, se entra lentamente, como cuando te deslizas en el agua de un río, y luego te embarcas, como en un torrente: “En una hora y media debes poder sentir que las emociones se intensifican”.

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