Crítica
Público recomendado: + 16
Desde la muerte de su mujer, Otto Anderson vive solo y sin querer relacionarse con nadie. Cada día hace una ronda por su urbanización para controlar que todo esté en orden y enfrentarse con quienes incumplan las normas del vecindario. Siempre deambula con un rictus de desagrado o de ira contenida, al acecho de cuanto pudiera ser incorrecto. Los vecinos, aunque le aprecian tras tantos años de convivencia, le temen por lo incómodo y desagradable que les resulta.
Ahora que acaba de ser jubilado, ya decididamente piensa que su existencia no tiene ningún sentido y que lo único bueno que le cabe esperar es reunirse con su amada esposa. Así que, en una de sus sistemáticas visitas a su sepultura, le promete que pronto va a estar junto a ella. De regreso a su casa, se viste adecuadamente y procede a suicidarse. Pero si bien él no esperaba nada de la vida, parece que la vida sí esperaba algo de él, y su primera tentativa de morir constituye un fiasco. Y lo mismo sucederá con los sucesivos intentos, que no son más que fracaso tras fracaso. Lo cual no deja de ser extrañamente conmovedor y divertido. Sobre todo que después de cada chasco se va a visitar la tumba de su mujer para explicarle que de momento no lo ha conseguido, pero pronto se reunirá con ella.
La situación se le complica todavía más al viejo malhumorado y testarudo cuando se muda al vecindario Marisol, una joven hispana embarazada, con su marido y dos niñas encantadoras, y los cuatro se cuelan llenos de afecto y alegría en la vida de ese solitario gruñón.
Marc Forster cuenta en su haber con películas de la más variada temática, desde el drama Cometas en el cielo (2007), que habla de redención a través del perdón y entrega al otro, hasta una película de James Bond, Quantum of Solace (2008). Entre otras muchas obras, cuenta con tres films muy interesantes sobre el valor de la imaginación: Más extraño que la ficción (2006), Descubriendo Nunca Jamás (2004) y Christopher Robin (2018). Con El peor vecino del mundo adapta con gran finura una novela del escritor sueco Fredrik Backman, como ya hiciera Hannes Holm en 2005, con la película Un hombre llamado Ove.
La urbanización y los personajes que aparecen son como un microcosmos de la sociedad (el adolescente transexual repudiado por su familia, la inmobiliaria que manipula a los ancianos para lucrarse, el viejo matrimonio que no quisiera separarse, las absurdas rencillas entre viejos amigos…), de tal modo que esa tragicomedia resulta ser menos ligera de lo que pudiera parecer a primera vista. En realidad constituye una reflexión existencial sobre cómo las relaciones humanas basadas en el respeto y la ayuda mutua llenan la vida de sentido.
Todo el reparto hace un buen trabajo, pero especialmente Tom Hanks está magnífico encarnando a un personaje que nos resulta antipático y patético al principio, pero que poco a poco se nos va haciendo entrañable.
La película resulta sorprendente por cuanto, más allá del humor negro del principio, la historia de amor de Otto y su mujer, que vamos descubriendo a través de oportunos flashbacks, es tan delicada y conmovedora que nos mueve a conectar con los sentimientos de ese antihéroe nostálgico y tierno, que acaba por inundarnos los ojos de lágrimas mientras provoca una sonrisa.
Mariángeles Almacellas