Crítica:
Público recomendado: Jóvenes, adultos
El discípulo aventajado del tándem formado por Takahata-Miyazaki vuelve a la carga, tras un notable debut con Arriety y el mundo de los diminutos. El cineasta nipón, Hiromasa Yonebayashi, construye una historia con buenos mimbres con claro aroma de sus maestros.
Marnie es una niña adoptada que piensa que sus padres no le quieren. Durante un verano, éstos envían a su hija con un matrimonio de campo para que supere una mala racha. Allí descubrirá una mansión que le traerá recuerdos agradables.
El director nos presenta una cinta de animación apta para todos los públicos, trasmitiendo ese toque melancólico que recuerda a la serie Candy, Candy, propio de los de los estudios Ghibli, más acentuado en la filmografía de Takahata que en la de Miyazaki.
Esta película presenta un ritmo pausado, una característica muy en la línea del cine de Extremo Oriente. Si se tratara de una obra de teatro, el primer acto sería atractivo, mientras que al segundo se le podía catalogar de decepcionante. En cambio, el tercero nos desvela una serie de detalles que sorprenden al espectador y que arroja un destello de luz después de la angustiosa, inquietante y onírica trama, pues mantiene la intriga hasta el final.
Este largometraje trata de dar una explicación al mundo del adolescente, coincidiendo, aunque planteado de forma distinta a la cinta de Pixar Del revés. Parece que se trata de un estudio psicológico por el modo tan certero con que se expresan los miedos y fantasmas de esa época de transición entre la infancia y la edad adulta. Los personajes secundarios están extraordinariamente bien construidos y ayudan a crecer a la protagonista, unos por la sencillez de trato; otros por la entrega desinteresada a pesar de las apariencias o aquellas personas que entran y salen de nuestras vidas, pero que, en un momento de la misma, nos ayudan a madurar. Por último, El recuerdo de Marnie puede ayudar a comprender el valor de la acogida y la importancia de sentirse queridos.