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El secreto de Adaline

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

El tema de la inmortalidad o de personas que envejecen anómalamente ha sido tratado en múltiples ocasiones en películas como Eternamente joven (Steve Miller, 1992),  El bosque mágico de Tuck (Jay Russell, 2002) o El misterioso caso de Benjamin Button  (David Fincher, 2008). En esta ocasión, El secreto de Adaline narra la historia de Adaline Bowman, una mujer nacida en 1908 que, a  los 29 años de edad, sufre un accidente de coche en un primer momento mortal. No obstante, en los minutos inmediatos a su muerte, una serie de extrañas circunstancias meteorológicas y físicas interactúan con el cuerpo de la mujer y Adaline no sólo logra revivir, sino que se vuelve inmune al envejecimiento. Después de investigar sin éxito y por su cuenta la explicación científica de su extraña condición, Adaline decide llevar una vida nómada para evitar que cualquiera pueda entregarla a las autoridades y acabar convertida en conejillo de indias.

Adaline ha sobrevivido con el mismo aspecto hasta nuestros días, un total de ocho décadas, cambiando de identidad cada vez que su secreto estaba en peligro. Tan sólo su hija Fleming (Ellen Burstyn), ya anciana, ha sabido siempre de su paradero y tiene contacto con ella a pesar de sus constantes idas y venidas. En una fiesta de fin de año conoce a Ellis (Michiel Huisman), un rico y apuesto filántropo que se enamora perdidamente de ella y que enfrentará a Adaline – que en la actualidad dice llamarse Jenny- al dilema de comprometerse verdaderamente en una relación que implique total sinceridad por su parte.

La película se centra principalmente en la cuestión amorosa que envuelve la relación entre Ellis y Jenny-Adaline, especialmente en la falta de resolución de la protagonista y en ello se entretiene demasiado. Además, en el último tercio, el relato se torna especialmente melodramático – demasiadas coincidencias al servicio del romanticismo-, cuando aparece el padre de Ellis (Harrison Ford) y reconoce a Jenny- Adaline como el gran amor de su vida que conoció en Londres en los años sesenta y que desapareció de un día para otro sin dar explicaciones.

Por otra parte, el guion de J. Mills Goodloe y Salvador Paskowitz no profundiza lo suficiente en los personajes y esto es algo que ni siquiera el buen hacer de los actores, destacando especialmente a su protagonista Blake Lively y al veterano Harrison Ford, es capaz de suplir. Por ejemplo y por falta de desarrollo, no se resuelve veraz y satisfactoriamente algo tan evidente y necesario cómo es el drama que la eterna juventud ha supuesto para la protagonista durante tantos años y se simplifica con la resignada actitud de Adaline ante la decisión de vivir constantemente a la fuga. Igualmente, se desconoce qué ha sido de la vida de Fleming y cómo han influido las ausencias de su madre en la misma, utilizando a su personaje como una mera excusa para poder hacer referencias al pasado y como una especie de catalizador que empuja a su madre a dar una oportunidad a Ellis. Una serie de cuestiones que, incluso dentro de la ciencia ficción y tal y como sí lo hicieron en mayor o menor medida los films nombrados anteriormente, hubiesen dotado fácilmente a este romance “imposible” de cierta reflexión antropológica en torno al tema universal de la muerte, de los anhelos humanos de eternidad y de las implicaciones que tal fenómeno podría ocasionar en nuestra propia existencia, así como en la de nuestros –inmortales- seres queridos.

 

 

 

 

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