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El teorema de Marguerite

Crítica

Público recomendado +16

Marguerite Hoffmann es una brillante estudiante de matemáticas de la prestigiosa École normale supérieure (ENS) de Lyon. Tiene un don, como dice su madre, pero está tan obsesionada con sus investigaciones, que es incapaz de relacionarse con nadie y ni tan siquiera sabe mantener una conversación en la cantina de la escuela. Tal como Will Hunting en la película de Gus Van Sant (El indomable Will Hunting, 1997), es un genio de las matemáticas pero totalmente inadaptada el sistema e incapaz de tener buenas relaciones con su entorno. Sus compañeros han apodado a Marguerite «la matemática en zapatillas», porque así es cómo se la ve siempre por aulas y pasillos, calzada con unas pantuflas. Todos las consideran una friqui, pero a ella le da lo mismo porque lo único que le importa son sus trabajos de investigación. Cuando una periodista le pregunta por su pasión por las matemáticas, Marguerite no duda en responder: No podría vivir sin ellas.

Está haciendo el doctorado bajo la dirección del reconocido profesor Laurent Werner, que tiene puesta toda su confianza en tan destacada doctoranda, y está a punto de presentar un avance de sus tesis en un acto público, ante un gran número de eminencias matemáticas. Está tan segura de que lo que lleva es un avance irrefutable en los estudios matemáticos, que se está preparando con el espíritu del que se sabe triunfador.

Ese día tan esperado, hace una exposición de sus tesis que deja a los asistentes absolutamente impactado por su claridad. Los resultados parecen incuestionables, hasta que uno de los presentes pone una objeción y hace una pregunta. Marguerite se queda conmocionada porque de momento no tiene respuesta. ¿Puede haber un agujero en sus conclusiones? De ser así ¿invalidaría toda la propuesta? De súbito, herida en su orgullo, todo su mundo se le viene abajo.

A consecuencia de lo que ella considera su «fracaso», Margarita cambia sus rutinas, entra en ámbitos de vida muy distintos y, aunque torpemente, empieza a establecer lazos de relación. No le resulta fácil descender del infinito en el que se había empeñado en poner orden, y aprender a conocerse a sí misma y a convivir con los otros. Por una parte está Noa, su compañera de piso, que le descubre un mundo posible de alegría y sensualidad, y por otra Lucas Savelli, el otro doctorando de Werner, matemático brillantísimo pero también vitalista, es aficionado a la música, toca el trombón en una banda y tiene siempre la sonrisa a flor de labios.

Anna Novion presenta una película interesantísima con tres vectores para hacer avanzar la trama argumental. El primero, el mundo de los superdotados, con sus dificultades para adaptarse al mundo real y con las dificultades no menores de las personas de su entorno para convivir con un inadaptado. Otra línea de fuerza es la sutil línea roja que separa la tenacidad y el esfuerzo para conseguir una meta, de la incapacidad para admitir el fracaso con serenidad, ya sea frente a los misterios matemáticos ya sea frente a los misterios de la vida. Dicho en otra palabras, saber ganar con generosidad y sin arrogancia, pues cuando se da un paso en la ciencia para el bien de la humanidad, lo menos importante es quién lo haya dado; y saber perder con suficiente humildad para que el orgullo herido no impida levantarse y volver a empezar. Un fracaso bien asumido puede ser un tiempo de oportunidad para robustecer el carácter y ganar en libertad. Por fin, un tercer vector es el de las relaciones humanas: quien sólo se busca a sí mismo o los propios intereses de forma obsesiva, nunca encontrará el sentido de la vida; para encontrar el propio lugar en el mudo, hay que salir de sí al encuentro del otro, confiar y entregarse. Marguerite debería salir de su zona de confort (esa soledad tan cómoda para dedicarse plenamente a su obsesión, las matemáticas), simbolizada por esas zapatillas que nunca abandona, para poder reconciliarse con la vida y la sociedad y, sobre todo, consigo misma.

Ella Rumpf está prácticamente todo el tiempo en la pantalla, es ella quien lleva el peso de la película, con un trabajo absolutamente impecable. Jean-Pierre Darroussin, uno de los actores fetiche de Robert Guédiguian —recientemente lo hemos visto en ¡Que la fiesta continúe! (R. Guédiguian, 2024), junto a Ariane Ascaride—, está convincente en su papel de profesor director de tesis, Julien Frison, actor de l’Académie Française, hace un Lucas Savelli auténtico y cercano al espectador por su humor, su asombro y su carga de humanidad. Sonia Bonny, la encantadora Noa, y el resto del reparto hace un buen trabajo actoral.

Anna Novion nos ofrece una buena película por su contenido humano y que hará las delicias de los «friquis» de las matemáticas como la misma Marguerite.

Mariángeles Almacellas

https://www.youtube.com/watch?v=N6jKAfjo6Ag

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