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El viaje de Marta

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Cine español rodado en catalán y francés. Una pequeña historia de formación muy íntima que toca temas interesantes como África, el nihilismo ambiente europeo, el fenómeno del turismo y las relaciones paterno-filiales y de amistad. La cámara nos cuenta la experiencia de una chica barcelonesa, Marta, a punto de cumplir su mayoría de edad, que vive un viaje a la costa senegalesa junto a su hermano Bruno y su padre Manel.

La luz hiriente propia del ecuador subsahariano y el ostensible vídeo de la filmación hacen sentir al espectador en un rodaje familiar y cuidadosamente amateur –como si fuese una grabación en un pen-drive hecha por un empleado del hotel en el que se desarrolla la acción- en la que el turismo y sus contradicciones se constituyen como el paisaje de toda la trama.

La metaficción, la película dentro de una película, es el código usado por la directora, Neus Ballús, para encantarnos a través de un metraje hondamente reflexivo, que se reviste de una querida atmósfera asfixiante, capaz de ilustrar perfectamente las ansiedades de la actual adolescencia femenina occidental.

Elena Andrada, una actriz joven y de físico poco convencional en el star system, da perfectamente el tipo de una chica burguesa normal, no demasiado guapa, no demasiado fotogénica, no demasiado delgada, y bastante más alta que su padre, interpretado por el celebrado actor Sergi López.

El espectador no tiene en ningún momento la sensación de sumergirse en un cuento de hadas. Pese a ciertos encuadres más artísticos que recuerdan a Soñadores (2001) de Bertolucci, la narración no se complica demasiado y se vale bastante del primer plano y del expresivo rostro de Marta para acercarnos a lo que sucede. Sus enormes ojos tristes gritan por el significado sumidos en el aburrimiento y la falsedad mortal de los resorts senegaleses ideados para la fruición adocenada y segura de ancianos adinerados europeos.

La película es una mirada nihilista sobre la Europa actual, decadente, cínica e hipócrita, que recuerda por momentos la novela Plataforma (2001) de Houllebecq, con el añadido de la profecía de la inocencia perdida de nuestra juventud. El retrato también consigue trasmitir una mirada realista y poco idealizada de la cultura africana, que coadyuva a la explotación a la que es sometida por el hombre blanco, induciendo prácticamente a los autóctonos a la práctica sistémica y connatural de la prostitución.

La protagonista, en mitad de todo este lío humano, se prepara para un supuesto rito de paso que se obvia en nuestras sociedades posmodernas. Inconscientemente sumida en la urgente búsqueda de la consistencia real de una relación verdadera, vaga por un mundo lleno de trampas para los inexpertos: algo que se convierte en uno de los mayores atractivos de este filme. También el intento irónico del padre tiene su interés: recuperar el vínculo con su hija, a la que no ha visto demasiado desde que era niña, por su divorcio.

El resultado es notable en cuanto a su factura cinematográfica, verdadero en muchas de sus subrepticias críticas, y más bien sentimental en su opacidad con respecto al material del que están hechas las relaciones auténticas y resistentes al tiempo.

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