Crítica
Público recomendado: +12
La épica ha cambiado. El relato épico ha sido tradicionalmente un relato de batallas, de heroísmo, de superar límites que parecen infranqueables para el común de los mortales. La épica ha cambiado de terreno de juego, pero permanece una característica: sigue tratando de hombres que cruzan el umbral de lo común, que alcanzan cotas vedadas al resto de los mortales. Y como en la tragedia griega, el destino los devora, los tritura y después de gozar las mieles de un triunfo inconcebible, y de sufrir el infierno de la soledad, la depresión, del alcohol o las drogas y la autodestrucción, llegan a un final prematuro, normalmente lastimoso. Esta es la vida de Elvis. Elvis es la tragedia griega, con atrezo hortera de Las Vegas.
La producción de Elvis ha puesto toda la carne en el asador, y esta ha salido en su punto. El mejor biopic musical de las últimas décadas, y eso que hemos tenido muchos y algunos muy buenos: Ray, Bohemian rhapsody, Respect, Rocketman, Los Estados Unidos contra Billie Holiday, Ma Rainey, la madre del blues, I feel Good, Love and mercy… Elvis las supera a todas.
De mil aspectos posibles de la vida de Elvis, Baz Luhrmann ha sacado partido de uno muy interesante. La relación de Elvis con su manager, el coronel Parker, el hombre que catapultó a Elvis al olimpo. El genio es invisible hasta que alguien sabe sacarlo a la luz. Tarde o temprano el talento va a explotar, pero será cuando alguien, tarde o temprano, haga lo que hay que hacer para que el talento se coloque debajo de los focos, para que pase a formar parte del big show, del showbiz, que se cobrará su precio, a veces hasta en sangre.
Este fue el Coronel Parker. No descubrió a Elvis, pero entendió que el chico tenía el potencial necesario y suficiente para explotar a nivel nacional y no en el plano local de Memphis y los Estados del Sur, ni en la música country, la música blanca de los estados sureños. Estos managers, el coronel Parker u otros como Brian Epstein, de los Beatles, son catalizadores, que “protegen” a los artistas para que estos puedan dedicarse a su cometido que es cantar. Y por esta labor exigen su parte, que puede llegar a ser, como en el caso de Elvis y del Coronel Parker, una joint venture, del 50%.
Este es el centro de la trama dramática. El Coronel Parker, taimado, listo, manipulador, gestiona cada contrato de Elvis para desplumar ya sea a las jovenzuelas, a los magnates de Hollywood o a los propietarios de hotel de Las Vegas. Pero entrará en conflicto con el genio de Elvis, con su fuerza, con su poder, con su magia en el escenario. Parker ve oro en cada movimiento de Elvis, en cada uno de los gritos de sus fans, en cada posible aparición en un escenario y mueve todas sus fichas en consonancia. Pero Elvis verá que los caminos por los que le hace transitar le acaban convirtiendo en una caricatura de sí mismo. Los choques son inevitables, pero el coronel sabe que Elvis y él, el Coronel y Elvis se necesitan mutuamente; el éxito del uno no se explica sin la astucia y la decisión del otro, y los dos lo saben.
Tom Hanks y Austin Butler, proteicos y poderoso, están a la altura de su misión: contar la historia del rey, del más grande y trágico de los dioses del rock’n’roll. La música golpea y conmueve y los movimientos de Butler en el escenario nos recrean la conmoción que debió ser aquello. Entre las escenas más grandes del cine musical de todos los tiempos puede estar, por derecho propio, la rendición de Suspicious Minds, en el primer concierto de Las Vegas. No hay palabras, hay que escucharlo y ver a Butler emocionar y conmover como el propio Elvis. Asombroso. La película utiliza los recursos como la inserción de animaciones que, lejos de romper el ritmo, lo asemejan a los documentales biográficos. El montaje es extraordinario y la utilización de muchos planos detalle y las ralentizaciones son muy convincentes porque acentúan la trascendencia de los momentos, capturan lo que de decisivo tuvo cada instante, lo preñados de futuro que estaban determinados momentos; la historia, en vez de desplegarse hacia adelante, es como si volviera atrás, como si del bosque retrocediéramos buscando la semilla que da origen a todo.
La película, en su planteamiento es muy necesaria. Tanto en Estados Unidos –y sobre todo allí- como en Europa, Elvis Presley ha sido oscurecido por su propia caricatura y ridiculizado como si su vida artística hubiese sido poco más que un banal juguete comercial, manejado por la astucia de un mánager listo, ambicioso y frío. La historia, vista de cerca, tal y como la cuenta su mejor biógrafo, Peter Guralnick, arroja muy distintas perspectivas, y Baz Lurhmann no ha dudado en despreciar la cáscara, el tópico y bucear en lo profundo. El ascenso de Elvis demuestra que Elvis sigue prisionero de muchos tópicos. Nada de inventos de marketing, nada de campañas, nada de televisión. Una visita de un chico tímido a unos pequeños estudios en Memphis –los del legendario sello Sun Records-, y una intrascendente grabación de alguna canción del sur le permitieron recibir –meses después- una llamada para volver a grabar algunos temas. Varias horas e intentos no sirvieron de mucho, hasta que cantó That’s all right, mama, momento en que el productor Phillips y los jóvenes músicos (Elvis, Scooty Moore y Bill Black) se dieron cuenta de que algo había sucedido. Pero nadie pudo imaginar lo que venía detrás. Era el cinco de julio de 1954.
La primera emisión en radio de esa desconocida voz -ocho de julio, ¡tres días después de grabarse!- motivó docenas de llamadas para que fuera repetida -cuarenta y siete llamadas y catorce telegramas, dicen-. Cuanto más se emitió la canción -tras el éxito de su primera radiación- más llamadas entraban en la emisora -muy popular en Memphis- hasta que por la noche de ese mismo día, el disc jockey –Dewey Phillips, otro nombre de leyenda- tuvo que hacer entrar en su emisora al chico que había grabado esa canción, remarcando que estudiaba en un colegio de blancos, puesto que su voz podía ser tomada por los oyentes como la de un negro. En breves semanas Elvis era un importante artista local y, pocos meses después, los grandes advirtieron su potencial. La prestigiosa revista Billboard recogería, en fecha tan temprana como agosto de 1954, que Elvis era un nuevo talento, capaz de impactar tanto frente a la audiencia rhythm ’n’ blues como frente a la audiencia country. Mezcla que, como bien se sabe, está en los orígenes del rock ’n’ roll. El resto es historia, la historia del sueño americano y la tragedia griega. Y Baz Lurhmann la ha contado muy bien, con la increíble fuerza de dos actores para la eternidad.