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Ema

Caratula de "Ema" (2019) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

Estamos ante una película de un director, el chileno Pablo Larraín, que hasta ahora ha hecho cosas muy interesantes para un público bastante amplio como Jackie, Neruda o No. Con Ema se arriesga abandonando cualquier clasicismo narrativo y formal para mostrar una película deconstruida, que trata precisamente de la deconstrucción moral y familiar que caracteriza progresivamente nuestro tiempo. Esta opción estética aleja el film del gran público, a lo que se añade una presencia dura y desinhibida de escenas sexuales poliamorosas. Pero la propuesta de film no es nada superficial y merece al menos una detenida reflexión.

El argumento se centra en Ema (Mariana Di Girolamo), una joven chilena casada con un hombre mayor que él (Gael García Bernal). Ambos se dedican a la danza moderna. Él no puede tener hijos, y entonces adoptan a un niño colombiano. Pero la vida irregular y disfuncional que le ofrecen al niño acaba mal y el matrimonio acaba devolviendo al pequeño a los servicios sociales. Esta decisión les machaca por dentro y Ema se desquicia, se arrepiente y decide recuperar a su hijo adoptivo a toda costa.

La película dibuja un paisaje humano que podría ser perfectamente el que vivamos dentro de una década, cuando nuestros actuales adolescentes hayan tomado las riendas de su vida. Por un lado, la disolución total de referentes suprime cualquier límite moral a las decisiones y acciones vitales. En segundo lugar, la sexualidad desborda sus límites naturales y se transforma en una bisexualidad generalizada, en la que tampoco tiene sentido la fidelidad o la exclusividad. Y el tercer elemento deconstruido es la familia, que se convierte en algo mucho más amorfo, en la que caben varias parejas y todo tipo de relaciones cruzadas.

Pero lo interesante del film es que pone de manifiesto cómo esa mutación antropológica deja intactas las necesidades fundamentales del ser humano: la urgencia de ser querido, la fuerza y el valor de la maternidad, la necesidad de ser perdonado y acogido,… así como las disfunciones que se derivan de la falta de amor.

Formalmente la película está rota, fragmentada, deconstruida, sostenida con bailes que expresan la convulsión y búsqueda interior y con una música inquietante de Nicolás Jaar que nos sitúa a medio camino entre la distopía y el thriller psicológico. Una película interesante para un público adulto muy preparado.

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