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Érase una vez…

Caratula de "Érase una vez..." (2020) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +12

La guionista y directora Brenda Chapman atesora un currículum de campanillas (nunca mejor dicho) en el mundo de la animación, con participación en éxitos como La bella y la bestia, El Rey León, El príncipe de Egipto o Brave. Con Érase una vez… da el salto a la dirección de largometrajes en imagen real, y la verdad es que este debut se queda muy lejos de sus logros animados.

Érase una vez… plantea una historia de origen de dos mitos de la literatura infantil, la Alicia de Lewis Carroll y el Peter Pan de James Barrie. La arriesgada idea los presenta como hermanos, y como niños de color en una familia multirracial. Tras sufrir la trágica muerte de su hermano mayor, Alice y Peter ven cómo sus padres se hunden en la tristeza, la adicción al alcohol y al juego. Esta deprimente realidad es la que les lleva a escapar a sus mundos imaginarios del País de las Maravillas y la Tierra de Nunca Jamás.

Hay un problema intrínseco en esta película: uno no sabe en ningún momento si está presenciando una película infantil con momentos demasiado duros e inadecuados para niños, o una película adulta con digresiones infantiles. El caso es que Chapman no consigue encontrar un tono estable y sólido. No es que no se pueda hacer; hay películas maravillosas en que se mezcla realidad con fantasía. Esta no es una de ellas. Los pasajes fantásticos son aburridos y genéricos, con efectos digitales vistos ya en multitud de películas infantiles recientes. La parte dramática de la realidad no puede ir al fondo de los temas precisamente por no querer alienar al público más joven, de modo que la película termina por no contentar a unos ni a otros.

Por otro lado, la apuesta por cambiar de raza a los dos míticos personajes parece más bien una pose de cara a la galería de lo políticamente correcto que algo que tenga una justificación y sirva a un propósito a la historia. De hecho, dada la ambientación de época, muchas escenas no tienen sentido histórico. Es el problema de poner la agenda política por delante de las necesidades narrativas.

Como aspectos positivos, podemos mencionar el nivel de la producción y el reparto (a excepción de los actores infantiles, algunos de los cuales no resultan creíbles), alguna idea aislada que resulta original y bien ejecutada, y un ritmo aceptable, con una sensata duración de hora y media.

En cualquier caso, deseamos a Brenda Chapman más acierto en su próxima incursión en el cine de imagen real. Ha demostrado con creces que el talento lo tiene.

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