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Estamos hechos para entendernos

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Antoine es un profesor que vive totalmente metido en su mundo, sin prestar atención a nada ni a nadie. Sus alumnos se quejan de que jamás escucha sus palabras ni responde a sus preguntas, sus compañeros de trabajo están hartos de su pasividad en las reuniones, totalmente ajeno a cualquier tema del que se trate, y su última amante, como las anteriores, lo abandona porque ya no puede más de su falta total de comunicación.

No es que Antoine sea un egocéntrico egoísta, sino que, sin que él mismo lo haya querido reconocer, se ha ido quedando muy sordo. No se entera de nada de lo que le dicen y, en consecuencia, no responde a nadie. Su sordera explica que para despertarse por la mañana necesite un recital de despertador a un volumen estentóreo, capaz de volver loco a cualquiera que no tenga la audición tan mermada como él.

Este es el caso de Claire, que acaba de mudarse a casa de su hermana y su cuñado, en el apartamento contiguo al de Antoine. Después de una mala etapa de matrimonio roto, el marido de Claire acaba de fallecer. Ha sido todo bastante traumático y Claire necesita recuperarse. Por eso, ella y Violette, su pequeña, se han ido a vivir temporalmente a casa de la hermana, buscando calma y tranquilidad en la cercanía del afecto familiar. Y no podía encontrarse con un vecino peor que Antoine, con la estampida de su despertador por las mañanas y la música con el volumen a tope, haciendo temblar las paredes.

La primera relación entre ambos constituye una auténtica declaración de guerra. Sin embargo, por caprichos del destino y aunque ellos ni lo sospechen, Claire y Antoine “están hechos para entenderse”.

Pascal Elbé, director y guionista, además de encarnar él mismo el personaje de Antoine, nos ofrece una comedia amable, de buenos sentimientos, con la pequeña Violette como tierno nexo de unión entre los protagonistas. Elbé realiza un gran trabajo actoral, pero, inevitablemente, queda casi eclipsado frente a una Sandrine Kiberlain, en puro estado de gracia.

El cineasta se ha atrevido a hacer girar la comicidad de la historia alrededor de un tema tan sensible como es una minusvalía física. Pero ha sabido hacerlo con tal delicadeza y buen gusto, que nadie puede sentirse ofendido. Más bien al contrario, porque en la película, la sordera resulta ser una limitación aislante del entorno mientras no se la asume como algo a lo que puede ponerse un remedio tan sencillo y natural como podrían ser las gafas para un miope.

Decía Saint-Exupéry que “no se ve bien sino con el corazón” y la historia de Elbé demuestra que, del mismo modo, “no se oye bien sino con el corazón”.

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