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Everest

Caratula de "Everest" (2015) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Épica en sus héroes, con cuajo para vivir las leyes no escritas que el monumental medio impone, son las coordenadas donde se establece la verdadera “competencia” entre el hombre y el techo del mundo, como dirán los montañeros unos días antes de abordarlo. Everest, película que narra las vicisitudes de quienes saben que pueden encontrar su fin en sus laderas.

Desde su presentación inicial, el filme del estadounidense de origen islandés Baltasar Kormákur (101 Reykjavík, El mar, Verdades ocultas…) anuncia la tragedia, por lo que solo faltará saber a cuál o cuáles de los protagonistas de esta gesta no volverán a casa.

Interpretada por un rutilante elenco de actores masculinos (en las dos expediciones solo van dos mujeres), como Jason Clark (Sicario, Puro vicio, El amanecer del planeta de los simios, El niño 44, El Gran Gastby…), en el papel de Rob, guía de una de los grupos; Jake Gyllenhaal (Brokeback Mountain, Código fuente, El día de mañana…), Scott, que comanda otro; Josh Brolin (En el Valle de Elah, American Gangster, Mimic…), que es Beck, reportero y médico; Sam Worthington (Terminator salvation, Avatar, Macbeth…), en la piel del experimentado Guy. Entre las féminas, una siempre convincente Emily Watson (The boxer, Las cenizas de Ángela, Anna Karennina, La teoría del todo…), Helen, quien lleva la organización del campamento base; y Keira Knightley (Orgullo y prejuicio, Domino, La duquesa, Un método peligroso, Begin Again…), en el papel de Jan Hall, la esposa embarazada de Rob.

El inconmensurable bastión de la montaña más alta del mundo, con sus 8.848 metros, lo contemplemos majestuoso en las imágenes, rodadas eficazmente por el equipo realizador, que ha empleado la tecnología 3D para acercarnos a sus recovecos, simas y pasos complicados desde diferentes planos y encuadres. Los responsables de la cinta aciertan también en exponer las consideraciones médicas a que se someten las personas que se embarcan en la ascensión, que precisan de un entrenamiento dilatado y de buenas condiciones físicas.

En esta pulso de amistad y enemistad que se establece entre los hombres con la montaña, destaca el sacrificio hasta el límite ejercido por los expedicionarios, donde se enganchan a lo mejor de ellos en una donación ilimitada por ayudar a los que va venciendo el Everest, como ha ido ocurriendo a lo largo de las décadas, incluso antes de que fuera bautizado en el siglo XIX con el nombre del militar y geógrafo galés George Everest, a quien se debe también la topografía de la India.

Esta historia de compromiso con la vida y la muerte en el techo del mundo se inhibe, curiosamente, del sentido religioso, que no puede dejar de aflorar en los contundentes momentos decisivos con que se topan los personajes. Productores y guionistas se “olvidan” de cualquier referencia a la relación del hombre con Dios, en su expresión cristiana (la que ha forjado Occidente), que intentan “maquillar” dando un toque espiritual budista con la liturgia a que asisten los miembros de la expedición y, posteriormente, en la acción de gracias de la escaladora japonesa en la cima de la montaña. Con estas manifestaciones, parecen querer proponer una espiritualidad “new age”, muy del gusto del “status quo” de Hollywood.

El anterior es el aspecto menos convincente del filme, sin duda una apuesta cinematográfica difícil de sostener por la tragedia anunciada, que, por otro lado, muestra la capacidad de entrega y renuncia del ser humano por sus semejantes.

 

 

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