Crítica:

Público adecuado: Adultos

El conocido actor Denzel Washington ha debutado en la dirección adaptando la obra de teatro Fences, de August Wilson. A pesar de las nominaciones al Oscar recibidas de sus compañeros de profesión, las deficiencias de esta opera prima quedan claramente en evidencia.

Años 60. Troy Maxson trabaja en el servicio de recogidas de basura y vive junto a su mujer, Rose, y su hijo Cory. Todo parece ir bien cuando Troy es ascendido a conductor, pero una aventura extramatromonial pondrá a prueba su relación con Rose.

Si se fijan en los créditos de Fences, comprobarán que el propio autor de la obra original, August Wilson, ha escrito el guión de la película. No es una buena idea que los autores literarios escriban sus propias adaptaciones cinematográficas. No suelen tener distancia con el material y pretenden trasladar la obra original tal cual.
El cine no es teatro. En un montaje teatral el autor dispone de unos pocos escenarios y de ciertas limitaciones. No es posible ver todos los acontecimientos, sino que los personajes hablan de ellos y vemos las consecuencias. Eso es exactamente lo que ocurre en esta película. Con una estructura rígidamente teatral, vamos asistiendo a entradas y salidas de escena de los distintos personajes, que se pasan toda la película explicando acontecimientos que no vemos. Esto no es cine, es simplemente teatro filmado.

Es cierto que la película trata algunos temas de interés humano: el abismo generacional entre padres e hijos, en un momento de grandes cambios en la historia de Estados Unidos; los avances en igualdad racial; qué define a la familia, el amor o la responsabilidad; la constante presencia de la muerte en la vida del hombre, y la idea de trascendencia. Sin embargo, toda esa riqueza temática está contenida en una forma cinematográfica deficiente, con una narración torpe y un nulo sentido del ritmo. Algunos personajes están dibujados con trazo grueso, de modo que incluso el protagonista acaba haciéndose bastante insoportable. Únicamente la excelente Viola Davis consigue mantenerse a flote con su acostumbrada solvencia dramática.

Una de las grandes decepciones de la temporada de premios.