Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors

Fuego

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

La nuestra es la sociedad de las relaciones líquidas, de los vínculos endebles, de los afectos equívocos. De los amores marcados más por la carencia que por la plenitud, por la incertidumbre que por la certeza, por la porosidad que por la solidez. Acaso por ello, no es infrecuente que las parejas de nuestro tiempo estén marcadas por narrativas de la discontinuidad, la falta y el ocultamiento. También lo está el discurso cinematográfico de Claire Denis, en el que lo más importante no es lo que se ve, sino lo que no se ve. Que subordina, como método de trabajo, lo visible a lo invisible. Al menos en la mejor parte de su filmografía, en cuyos límites se encuentra Fuego.

Sara (Juliette Binoche) y Jean (Vincent Lindon) son una pareja de mediana edad, más próximos a la vejez que a la juventud y, solo presumiblemente, a la estabilidad que al vértigo. Llevan una década juntos, y la película abre con una secuencia de deleite romántico entre ambos, inmersos en el mar. Un prólogo que no hace sospechar el devenir de la historia, aunque prepara al espectador para hacerlo vulnerable al torbellino emocional que la narrativa ha de desatar. Tras las que suponemos –en el cine de Denis todo son suposiciones– las vacaciones de la pareja, ambos regresan a su piso de París. De repente, el relámpago: Sara se encuentra de modo inesperado a François (Grégoire Colin), su antigua pareja. El fuego del que habla el título prende literalmente en el interior de ella, y arranca una espiral que, comenzando en la infidelidad afectiva a través del móvil –ese aparato como inesperado altavoz del fuero interno– culminará en el adulterio físico, la rabia incontenible de Jean, y la ruptura del vínculo que el observador se había alegrado de observar unos minutos antes. Como subtrama: la historia del pasado carcelario de Jean y la relación con su hijo mestizo, que da lugar a una de las secuencias más bellas e interesantes del film.

Sin duda alguna, el cine de Denis es todo un reto para el espectador desde que la autora, tras redactar el guion –en este caso a cuatro manos junto con Christine Angot– decide llenarlo de agujeros, de vacíos inexplicados, que el público debe rellenar, suponer, extrapolar de los datos que sí se aportan, y que en ocasiones son los más huidizos. Denis apuesta por un espectador que quiera construir la película con ella. Así, el visionado de muchos de sus filmes –Fuego se cuenta entre ellos– requiere hacer siempre un buen trabajo, por parafrasear el título de su obra maestra (Beau travail, 1999). El extrañamiento que genera el cine de la francesa –en las antípodas del mainstream palomitero o del producto Netflix hecho en serie– es, en sí mismo, un revulsivo necesario contra la amenaza de que el arte cinematográfico se convierta en puro producto. Fuego es todo menos cómoda de ver o entretenida. No es ese su objetivo. No lo puede ser cuando se trata de un film que aspira a ser arte contemporáneo en estado puro, legible e ininteligible a la vez, reflejo de nuestro mundo tanto en el fondo como en la forma, perfectamente articulados entre sí. Aunque, también sea dicho, es innegable el placer de ver a dos grandes del cine francés –Binoche y Lindon– dando lo mejor de sí ante una directora que sabe sacar lo mejor de ellos. No extraña, por todo lo dicho, que Denis cosechara con este film el Oso de plata a la mejor dirección en la pasada Berlinale. Cine químicamente puro, palabras mayores.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad