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Gernika

Caratula de "Gernika" (2016) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Todos

Con el telón de fondo del bombardeo en abril de 1937 a Guernica por los alemanes durante la Guerra Civil española, tiene lugar una historia de amor redentor, un tanto superficial, si la comparamos con Por quién doblan las campanas, de Sam Wood, entre un periodista norteamericano y una responsable de la censura republicana en el País Vasco, que Koldo Serra ha llevado a la gran pantalla con el título de Gernika.

Es el primer largometraje de este director bilbaíno, habitual en series de televisión y creador de cortometrajes, para dar vida al guion de Carlos Clavijo y Barney Cohen, que narra la “recuperación” del borrachín y mentiroso redactor Henry (James D’Arcy: Master and Commander, La trinchera, Los cien días…), quien cubre la contienda española en el Norte de la Península para un rotativo norteamericano. Quien le hace renacer a su mejor versión de profesional y de ser humano es Teresa (María Valverde: Ahora o nunca, La flaqueza del bolchevique, Tengo ganas de ti…), apasionada por los escritos del reportero en su pasado idealista al tiempo que intuía que podía volver a recuperarle para por un periodismo comprometido con causas injustas.

Para Teresa solo era cuestión de tiempo que eso ocurriera, por lo que desoía los comentarios contrarios de su jefe Vasyl (Jack Davenport: Piratas del Cáribe, El búnker, El talento de Mr. Ripley…), quien la pretendía en el ámbito personal y veía en Henry un competidor incómodo.

Vasyl era el responsable principal del control de la información que elaboraban los periodistas acreditados en Bilbao durante la Guerra Civil. Con poder para admitir o denegar permisos —que también ejercía Teresa y otros operarios— asistimos al procedimiento habitual en todas las contiendas, en las que la batalla informativa es uno de los principales objetivos de los contendientes.

Serra y sus guionistas intentan equilibrar ideológicamente las posturas enfrentadas. Así la falta de escrúpulos y la brutalidad de los altos oficiales alemanes, que destruirán el pueblo vizcaíno en 1937, están en consonancia con las ejercidas por el cónsul soviético y sus esbirros a la hora de eliminar a periodistas “sospechosos”.

Como el protagonismo de este siniestro personaje es palmario es extraño que no lo ejerciera (máxime porque siempre instaba a perseguir a los contrarrevolucionarios) contra los escasos (dos mujeres) partidarios de Franco que vivían en el pueblo. En este sentido, los guionistas han preferido desvincular a este personaje, del que parece —cosa rara— no tener conocimiento Teresa, como si vivieran en planetas distintos.

Por otro lado, es cierto que la persecución religiosa contra los católicos fue mucho menor que en otras zonas dominadas por los republicanos. Persecución que ejercieron los militares franquistas cuando tomaron el Norte, fusilando a varios sacerdotes por separatistas vascos, adujeron.

La versión original hablada en inglés, castellano y vasco nos lleva a los momentos precedentes de la operación Cóndor que destruyó la localidad norteña, emblema secular para los vascos, y que, posteriormente, Picasso plasmó en lienzo entre mayo y junio de ese año por un encargo del gobierno republicano.

La factura final de Gernika es digna, con destreza para proponer con verosimilitud las escenas del bombardeo, al que Serra dedica un dilatado final, encadenado en un montaje ágil, donde sobresale la historia amorosa entre el que fuera brillante periodista en otros tiempos y una idealista republicana que sabía de la valía de aquel. Un romance que, a pesar de la épica final, le falta recorrido en el metraje para que alcance en Gernika el calificativo de sublime.

 

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