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Gett. El divorcio de Viviane Amsalem

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes

“Gett. El divorcio de Viviane Amsalem” es la tercera película que los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz (Bersheva, 1964 y 1972) dedican a la independencia y la libertad como ejes del drama humano. En realidad, quizás hubiese sido más preciso titularla como “El juicio de Viviane Amsalem” porque, en este largometraje de casi dos horas, lo que se somete a juicio no es un asunto de derecho matrimonial judío sino la legitimidad de un sistema judicial basado en la ley religiosa y profundamente desigual, es decir, injusto.

El argumento se lo pueden imaginar pero, tal vez, sea lo único que el espectador puede figurarse antes de entrar en la sala. Viviane (Ronit Elkaberg) está casada con Elisha (Simon Abkarian), judío religioso, inflexible y cinéfilo. Ella quiere divorciarse y él se opone. En Israel, el divorcio requiere el consentimiento del marido de forma que el conflicto está servido. Hay que dirimirlo en un tribunal rabínico compuesto, claro está, por tres jueces, es decir, tres hombres. A medida que las sesiones del juicio se prolongan, la limitación del poder de un juez rabínico, la frustración de Viviane y Elisha y la profunda infelicidad de la pareja van aflorando mientras el espectador deja de juzgar el divorcio y comienza a juzgar la situación.

Si usted no ha visto nunca teatro yiddish, aquí se le brinda una ocasión de oro para admirar a estos actores que hablan con las manos y los gestos. Esos ceños fruncidos del tribunal tienen tras de sí una tradición teatral centenaria que puede prescindir de la palabra para dar la máxima expresión al rostro. Atienda a los silencios de la sala. Vea a ese rabino que defiende a Elisha y cuyos interrogatorios tratan de probar que Viviane es la responsable de la frustración que sufre porque nunca ha tratado de recomponer la relación con su marido. Hay algún momento inolvidable como el diálogo en torno al cine y su transformación: ha dejado de ser kosher porque ha perdido el “decoro”. El interrogatorio de Galia (Keren Mor), que llega a declarar que “una divorciada en Israel no vale una mierda” y que “la inmigración rusa ha acabado con nosotros”, contiene una crítica evidente a una sociedad que se debate entre laicidad y confesionalidad.

En el fondo, los hermanos Elkaberg abren debates profundísimos sobre el matrimonio y su fundamento jurídico, religioso y afectivo. Este tribunal rabínico, en el que no hay ninguna mujer, puede citar a Elisha pero no liberar a Viviane de un matrimonio que la sume en la infelicidad. Incluso si la libera, ella cargará con el “estigma” (por favor, reparen en las comillas) de ser una mujer divorciada en Israel. Al final, la cuestión no es el derecho sino el amor o, mejor dicho, la falta de amor.

Es un peliculón. No se la pierdan.

 

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