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Gimme Danger

Caratula de "Gimme Danger"

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Con los Stooges y su líder dionisíaco Iggy Pop continuamos la racha de interesantes documentales musicales estrenados en este otoño 2016. Al hilo de estos documentales (Omega, sobre Enrique Morente y su experimentación de fusión flamenco-rock, y el documental Eat that question, sobre Frank Zappa, y otro de importancia menor Oasis: Supersonic) ha salido una cuestión interesante que se nos vuelve a plantear con Gimme Danger, story of The Stooges. Son músicos portadores de una estética más global, más amplia que la musical: llevan y transmiten una imagen, una actitud, una herramienta crítica de su entorno; y en ellos esta estética resultó ser sincera, discutible o no, pero nunca fue artificial ni impostada.

En palabras del director Jim Jarmusch (Paterson, Solo los amantes sobreviven), estamos más ante un ensayo que un documental. Desde muy joven él era un gran fan de los Stooges; así que recientemente Iggy Pop se dirigió a él para pedirle que realizara la película sobre la banda. Los Stooges habían realizado una auténtica odisea de experimentación, de riesgo total, de actuaciones extremas, drogas… dejando un legado muy influyente y una actitud de entrega total en los escenarios. Una banda del Detroit industrial, de donde surgen con una propuesta contundente, letras de pocas palabras, intros largas, riffs de guitarra punzantes…

La imagen de Iggy Pop, con sus pantalones ajustados, el pelo lacio, rubio, a la altura de los hombros y un torso escultural, musculoso, de bailarín, con una flexibilidad sin límites, es icónica. Puede que no sea cierta su pretensión de ser el primero en lanzarse desde el escenario público, pero si no lo es, está cerca de serlo. La odisea de los Stooges no concluyó con la separación y abandono de los escenarios ni con la muerte de algunos de sus miembros; el tesón de Iggy los ha mantenido en vivo y en el siglo XXI han sido cartel suculento de algunos de los más grandes festivales. Iggy ha seguido creyendo en los Stooges, como reconoció en una entrevista que el Times realizó al director y al propio Iggy. Creyendo en la banda y manteniéndola, como si el tiempo no hubiera pasado, con las mismas señas de identidad. Pero el tiempo ha pasado, sin duda. El torso de bailarín sigue desnudo en los conciertos, las guitarras siguen punzantes, pero lo que llega al escenario en las últimas décadas ya no es descontrol y caos, sino actitud, voluntad, fuerza y motivación. Así han ofrecido a las nuevas generaciones, que no habían nacido cuando la banda comenzó sus primeros, la recreación estética de lo que era Iggy Pop. Fiel a sí mismo, o consciente de su historia, sea lo que sea, es algo que el público ha sabido agradecer.

Iggy Pop es de los artistas interesantes, porque estos documentales, en los que los protagonistas hablan largo y tendido se prestan a conocerlos. Del mismo modo que los hermanos Gallagher de Oasis apenas ofrecían algunos aspectos de interés, Zappa, Morente o ahora Jim (Iggy), nos demuestran que son tipos que piensan, que su expresión y su opción artística obedece a una pulsión interior y que lejos de ser hojas llevadas y mecidas por la industria cultural, piensan, y se enfrentan críticamente a su entorno. Especialmente interesante es ver como este señor, que por edad ya debía gozar de un digno retirement, revisa su pasado y las modas del momento. Crítico con las etiquetas musicales, renuncia a ser esto o aquello, para solo “ser”; se enfrenta al tópico de aquellos años finales de los 60 del amor y del flower power, que, a su juicio, no fueron iniciativas espontáneas, sino fenómenos debidamente fabricados explotados comercialmente por toda una industria que exprimió la sangre de la fuerza de los grupos juveniles durante años.

Ha reconocido el director que este documental es una celebración de los Stooges y de su música; que no se han interesado por lo escabroso y lo sucio que hubo y que se puede rastrear y leer. Pero no se ha dedicado a ello. Ha ido a lo esencial: el camino de unos artistas, con una influencia asombrosa sobre centenares de bandas posteriores, como los Ramones, los Sex Pistols o más recientemente los White Stripes. Por eso es un documental, básicamente limpio, donde el sexo está prácticamente ausente (como en el de Oasis, Zappa, Morente..), pero sí está el tema de las drogas muy presente, con sus sombras, sin moralinas, pero sin idealizaciones: las drogas están como lo que son: la cuerda floja sin red de la que el artista se acaba cayendo siempre, con menor o mayor suerte en la caída. Iggy Pop tiene suerte, lo puede contar. Y su legado merece este documental, aunque haya sido él el promotor. Acertó con la elección del director. Y Jarmusch acertó con el documental.

 

 

 

 

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