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Grandes familias

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes – Adultos

Película coral en la que, a modo de muñecas rusas, de cada historia que empieza surge siempre otra. Entre todas ellas hay un nexo de unión que es un palacete rodeado de inmensos jardines, en la ciudad de Ambray.

Jérôme Varenne, hombre de negocios que vive en Shangai desde hace diez años, aprovecha un viaje de trabajo a Londres para detenerse en París a ver a su madre y presentarle a su novia china, Chen-Li, con la que piensa casarse en breve. En una tormentosa cena familiar, se entera de que la venta de la antigua casa familiar en Ambray, que él creía ya resuelta, está bloqueada por un oscuro litigio con el ayuntamiento. Jérôme se dirige a esa ciudad para desatascar la transacción, con la intención de retrasar sólo por unas horas su viaje a la capital británica. Allí se encuentra con un amigo de la infancia, Grégoire, agente inmobiliario que era el comprador de la mansión, quien le presenta a su novia, que resulta ser hija de Florence, que fue amante del padre de Jérôme. Cada personaje que se va sumando al entramado es una nueva historia que se despliega, hasta el punto que casi nos perdemos en las vueltas y revueltas de Jérôme entre sus heridas de la infancia, las cuentas abiertas del pasado, los problemas del presente y las incertidumbres sobre el futuro.

Rappeneau hace una ligera alusión al hijo pródigo refiriéndose a Jérôme, sin duda para advertir del sutil divertimento que va a introducir en el guion, planteando la parábola al revés, como el negativo de una imagen. No es el hijo pequeño el que desencadena el drama, sino Jérôme, el mayor. No toma su parte de la hacienda, sino que renuncia a la herencia que le corresponde. Parte a un país lejano, pero no a malgastar, sino a ganar dinero. Vuelve a casa no para pedir perdón, sino que es él mismo quien acaba perdonando a su padre y reconciliándose con él. No el padre, sino la madre en este caso organiza una cena para celebrar su regreso, lo cual indigna sobremanera al otro hermano, el que “hace años que sirve” a la madre, pero que al final resulta ser el auténtico trapacero.

Es una película inteligente, con una buena dosis de humor, bien realizada, con un ritmo ágil y unos actores soberbios, que resulta entretenida por su capacidad de sorprender con ese caleidoscopio de conflictos diversos. Sin embargo, le falta profundidad en los temas humanos que trata –matrimonio, fidelidad, familia, legitimidad de las herencias, malentendidos…–. Sin duda Rappeneau no tenía intención de hacer o provocar una reflexión; sencillamente ha pretendido ofrecer una comedia amena y elegante, dotada de belleza, capaz de solazar al espectador. Pero uno se queda con la sensación de que se ha quedado corto y, paradójicamente, la película se le acaba haciendo un poco larga.

 

 

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