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Harka

Caratula de "Harka" (2022) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Han pasado diez años de la llamada primavera árabe y en Túnez parece que nada ha cambiado. Los jóvenes como Ali ya no aspiran a la democracia ni a cambiar el mundo, aspiran a llegar vivos al final del día. Él es un joven que lleva tres años fuera de casa, se gana la vida como puede vendiendo gasolina de contrabando, con la vista gorda de la policía a cambio de una buena propina diaria.  Pero la gasolina deja de ser suficiente cuando Ali tiene que volver a casa a hacerse cargo de sus hermanas pequeñas. Hereda las deudas de su padre, cada vez tiene más frentes económicos abiertos que no puede asumir. Ali es un chico de principios, busca trabajo, acude a servicios sociales: no hay nada para él. Y la vida apremia.

Su historia, que será reflejo de la de miles y miles de tunecinos de su edad, es la de la lucha contra un Estado fracasado. Ali se convierte en un corrupto más, huye de la justicia como uno más, acepta trabajos que no quiere aceptar como uno más porque no tiene otra salida. Es la historia de Ali y la historia de un país corrupto en el que el Estado no existe. El destino para los que no se van es el de Ali, parece que no hay muchas más opciones. Además, el conoce, o al menos intuye lo que hay al otro lado del mar. Cuando viaja a una zona turística, no muy lejos de su casa, descubre un mundo nuevo. La costa de su país no le pertenece, playas con sombrillas y chiringuitos llenas de europeos con dinero, en las que él es un auténtico extraño. Es un mundo al que no tiene acceso.

Esta ópera prima de Lotfy Nathan, consigue trasladar al espectador la angustia y frustración de Ali. Algo que logra, en parte, por la brillante interpretación del francés Adam Bessa, repleta de matices. El suyo es un personaje herido, frustrado, enfadado, responsable, con un gran horizonte que se va achicando poco a poco. Por encima de todo, digno.

También es un hombre tierno. Quiere a sus hermanas, quiere a su amigo. Estas relaciones, en cierto modo, se convierten en su única y desesperada razón para luchar. Como un padre, que aún es todavía muy niño, lucha por sus dos hermanas menores, las protege del horror. No es capaz casi de hablar con ellas, pero compra un cachorrito a la pequeña, a la que enseña a cogerle del cuello en vez de abrazarle, cada uno demuestra el afecto como puede.

Nathan acompaña el relato de Ali y su familia con una fotografía absolutamente cuidada. Los paisajes, especialmente los urbanos: las calles, las casas, las puertas de barrotes de hierro, la suciedad -Ali siempre está sucio-. Todo habla de miseria, de una vida gris. Incluso el campo está lleno de polvo. Y hay otro elemento, nada sútil que hace de perfecto hilo conductor de principio a fin: un bidón de gasolina.

Elena Santa María

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