Crítica
Público recomendado: +16
Estreno en plataformas
Es un hecho que los tiempos actuales están marcados por la Covid-19; un virus que nos deja un antes y un después temporal. Igual que ocurrió con la segunda guerra mundial o con la posguerra española. Todos recordamos cómo nuestros abuelos dicen eso de: “Eso fue después de la guerra. O antes de la guerra.” Todo el planeta se ha visto “unido” bajo la misma experiencia: sobrevivir ante un virus que amenaza nuestra especie.
Sin embargo, existe una “unión” aún más profunda que la que genera “sobrevivir”. Cuando dos personas comparten sus heridas interiores, sus miedos, cuando comparten su humanidad, entonces, se produce una unión, una “amistad”, mucho más honda, de mayor calado, que la provocada por un virus o una catástrofe climática. Cuando este tipo de encuentro, de amistad, se da, quedan atrás discriminaciones y prejuicios por el color de piel, la religión, el sexo o la procedencia.
Pues bien, de esto va la película que nos ocupa, Hearts and Bones, de cómo un fotógrafo y un refugiado tendrán que remover sus pasados para aclarar una situación inesperada e iniciar así una amistad. Daniel es un fotógrafo de guerra que recibe la visita de un refugiado del sur de Sudán, Sebastian, mientras prepara una exposición fotográfica de sus distintos trabajos bélicos. Sebastian le pide que no exponga una de las fotos que está preparando, pues muestra la masacre ocurrida en su pueblo hace 15 años.
Daniel está interpretado por Hugo Weaving, un actor anglo-australiano conocido por sus papeles como el Agente Smith en la trilogía de Matrix o Elrond (el padre elfo de Arwen) de la saga El Señor de los Anillos o de El Hobbit. El director australiano, Ben Lawrence, busca no solo transmitir el horror de la guerra sino, a través de los traumas de sus personajes, mostrar que “la muerte o la guerra” no tiene por qué tener la última palabra. En esta tarea ayuda la eficaz y minuciosa interpretación de todos los actores, en especial, de Weaving.
El director consigue con precisión y sutileza mostrarnos las heridas interiores de los personajes, a la vez que va contándonos la relación de amistad entre Daniel y Sebastian. Una amistad que les reclama por enteros, a mirarse sin miedo y a compartir las ansiedades y alegrías de la vida. Por ello, el tono y el ritmo de la película es pausado, propio de un drama bien llevado. Muy interesante las tramas que mezclan los “ataques de pánico” de Daniel o el recuerdo doloroso de Sebastian, con discusiones cotidianas con sus esposas, mostrando las dificultades propias de un matrimonio “real”.
La película exige que el espectador esté atento y concentrado. La construcción de los personajes se logra con detalles visuales: el significado de unos patucos de bebe, un cartel de “Home” puesto en una lámpara, una cruz en la entrada de un edificio, un coro que canta por las heridas del pasado o la fotografía de una niña refugiada, que huyó por un campo de minas.
En definitiva, un drama de amistad y periodismo con unos personajes humanos y reales que, aunque parezca una película “lenta”, porta en su interior un viaje humano del nivel de El Señor de los Anillos. Quizás por eso, el público adecuado sea el adulto o el de jóvenes mayores de 16 años, capaces de disfrutar y desgranar tanto los recursos cinematográficos como la naturaleza humana. No se la pierdan.