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Hijos del Sol

Caratula de "Hijos del Sol" (2021) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +12

El comienzo de los filmes de Majid Majidi incluye invariablemente una frase en persa sobre fondo negro: “En el nombre de Dios”. La religión o la pregunta explícita sobre la existencia y la acción divinas están a veces en la médula misma de sus argumentos: sería el caso de la maravillosa y muy recomendable El color del paraíso (Rang-e Jodá, 1999). En otras ocasiones, sin embargo, como en la película que nos ocupa, Dios se hace presente del modo que Él mismo suele preferir, es decir, a través de los símbolos y los deseos del corazón, del contraste entre lo que ennoblece al hombre y lo que le hace desgraciado.

En Hijos del Sol, Majidi retoma la temática que sostiene el argumento de Baran (2001), es decir, la del trabajo infantil -a cuyas víctimas dedica la cinta- y el drama de los refugiados afganos en Irán. No obstante, su nuevo film resulta más crudo que aquel, que estaba endulzado por el idilio adolescente de fondo. El objeto del afecto de Alí (prometedor Rouhollah Zamani) no es una muchacha de su edad como en aquella ocasión, sino su madre, recluida en un sanatorio mental desde que el incendio del hogar acabase con las vidas de su hija y su marido drogadicto. Soñando con poder ofrecerle un futuro mejor y sacarla de la miseria en que se encuentra, Alí se matricula en una escuela para niños de la calle, con el objetivo de hacerse con un tesoro oculto en sus sótanos. Conseguirá convencer a algunos amigos para que se unan a él en la aventura de la búsqueda, comandados por un anciano sin escrúpulos, cuyo personaje se ha de revelar como merecedor del profundo rechazo que genera en el espectador desde el primer momento. Abandonado poco a poco por sus colegas, Alí continuará cavando solo el túnel que le lleve hasta el preciado botín, cuyo descubrimiento desencadenará el clímax narrativo, dando al mismo tiempo una nueva clave para la relectura de todo el film.

No se deben buscar en Hijos del Sol una narrativa o una puesta en escena intrincadas: el cine de Majidi comparte con el del resto de realizadores iraníes la desnudez sencilla que les es propia, además de ser menos arriesgado formalmente que el de otros compañeros de generación. Sí están presentes los símbolos que ya aparecían en sus anteriores largometrajes, como los pájaros -representación del alma humana y del hombre inocente en la tradición musulmana- amén de otros nuevos, como el túnel que cava Alí y que es imagen, a un tiempo, de los sentimientos de soledad, ansiedad y esperanza que impulsan al protagonista. Con un ritmo más ágil que el habitual en sus filmes, el iraní consigue dotar al relato de la tensión propia del cine de aventuras y entrega una película humilde y notable. Una cinta acaso menos memorable y contemplativa que otras obras más tempranas, pero portadora de una necesaria denuncia, coherente con el nombre de Dios que se invoca como punto de partida.

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