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Human Lost

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +13

Yozo Oba, un joven de las afueras de Tokio, está harto. Rodeado de pobreza y un aire irrespirable por la contaminación, no desea vivir los más de 120 años que promete la “Agencia de Salud y Longevidad”. Pero esta agencia tampoco le permite morir, ya que ello afectaría a los “estándares de salud”, lo que le obligará a tomar un camino en el que descubrirá que es más especial de lo que creía.

Tokio, año 2035. La dictadura tecnocientífica, hoy en ciernes, ya cristalizada. Su brazo armado más eficaz, la medicina, le ha doblado el pulso a la vieja de la guadaña consiguiendo que los humanos, preferentemente los muy pudientes, vivan una media de 120 años, ansiando los 180. La nanotecnología, piedra filosofal de la domesticación humana, al servicio de las élites para alcanzar la inmortalidad. El transhumanismo alcanzado. Algunos humanos habitando una posthumanidad, valga la fingida paradoja.

Los humanos, como hogaño, portando liberticidas mascarillas/bozales, se hallan sometidos al absoluto control de la red SHELL (Sound Health Everlasting Long Life). Agencia de Salud y Longevidad. Sic. Agencia que lleva un tiempo preocupada y obsesionada con la “curva de la civilización”, el patrón que indicaría la esperanza de vida y el futuro de la sociedad, procurando que se mantenga estable. Al igual que nuestras autoridades, lo hacen todo por nuestro bien. Eso, al menos, repite, machacona, la propaganda en nuestro anime. Y en nuestras cajas tontas. El poder, ahora, te mata a besos. El declarado objetivo de esta atroz tiranía, que prefiguramos en nuestro mundo actual, tan semejante a zombieland, es velar por la seguridad de los ciudadanos para que  nadie muera.

Nos quieren eternos, sin realizar la necesaria distinción entre bios y zoé. Los maestros griegos hablaban de zoé, de donde procede zoología, vida nuda y desnuda, vida como supervivencia, vida pura, y el valor de ese tipo de vida se mide por su duración y por la ausencia de dolor y el incremento de la satisfacción. Por otro lado, bios, sutil y cualitativaamente, trasciende a zoé. Vida buena. Vida decorosa. Vida libre. Eudaimonia.

En nuestra distopía, los humanos duran, no viven. Así, gracias a las cuatro grandes revoluciones de la medicina (Manipulación genética, Regeneración, Nanomáquinas y Panaceas: GRMA, siglas en inglés), el Leviatán, aliado al hipercapitalismo, es capaz de fiscalizar a distancia los cuerpos de todos los ciudadanos para curar cualquier enfermedad, restituirles la vida tras haber sufrido un infarto o una sobredosis, o mudar miembros amputados por otros biónicos. Vigilancia y control- físico y mental- totales. La humanidad ha devenido ganado desechable.

Dirigida por Fuminori Kizaki, casi primerizo en estas lides del anime, Human lost comienza con fuerza declinando paulatinamente. Su fascinante estética cyberpunk, con un guión excesivamente desmadejado, se nutre, directísima, de la trilogía Matrix y cursa a las iluminación manga de trabajos precedentes, estos sí grandes,  tal Akira, Ghost in the Shell o Appleseed. O por qué no recordar, también, Tokyo Ghoul o Psycho-Pass. Descomunales.

“Para que los humanos sigamos siendo humanos necesitamos morir”. Eso es lo que Masao Horiki, uno de los principales protagonistas de la cinta, diseñador de las “drogas” anti-GRMA, piensa y, para consumar su objetivo, cree que el único camino es el de la destrucción –autodestrucción- atizando para ello el fenómeno Lost. Morir, el único camino para seguir siendo humanos. Además, las hondísimas desigualdades económicas están creando un clima irrespirable. Por otra parte, los humanos llevan decenios sin poder atisbar el azul del cielo. Demasiada geoingeniería. La civilización oscila entre renovación o autodestrucción. Ante ello, nuestro gran prota, Yozo Oba, se une a un grupo de motoristas, remitiendo directamente a Akira, para entrar en The Inside, la zona donde moran los ultrarricos (homenaje a Alita, ángel de combate), aquellos que saborean el “éxtasis” del poder.

El gran Yozo Oba, el último hombre, la leyenda de un indomable e insurgente, dedica parte de su tiempo a la pintura, donde se autorretrata cual una forma endemoniada que recuerda a la eterna juventud de la criatura de Wilde, Dorian Gray. Allí se nos revela su interior. Y el nuestro: vendimos nuestra alma al diablo, en turbadores pactos faústicos, a cambio de belleza, gloria, riqueza, poder. Naderías. Y el gran poder: vencer a la muerte. Perdimos. Y, en el pasaje, se ensombreció, definitivamente, nuestra humanidad.

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