Crítica
Público recomendado: +18
Ingimundur (Ingvar Segurdsson) es un policía en tierras heladas y apacibles. Su carácter es algo diferente al paisaje: ha perdido a su esposa en un accidente automovilístico y lleva el duelo con dureza y violencia reprimida. Que este drama tenga el título que tiene lo es todo. Es el color el que contiene el significado y condiciona la forma de Un blanco, blanco día (Hylnur Palmason, 2019), cinta islandesa participante del Festival de cine D’A de Barcelona. Ingimundur intenta construir una casa para que su hija, yerno y nieta vivan en ella.
El blanco es, entre muchas interpretaciones, el color de la muerte y del duelo. Es el color de los espectros, las apariciones, y al ser un no-color o una unión de todos los colores, puede ser ausencia o presencia, fin o inicio del día. Y si bien la aparición de la mujer de Ingimundur es, como todas las apariciones, una presencia ausente, lo que sí se palpa es la bruma del alba, una niebla nívea que acompaña al protagonista en todos sus viajes de ida y vuelta a la casa que construye. Y es la presencia de su nieta la que mitiga la tensa calma en el humor de Ingimundur.
En una escena, antes de intentar disipar la sospecha sobre si su mujer le ocultó algo importante o no, se detiene a mitad de camino debido a una piedra enorme sobre la vía. Ingimundur se baja del coche y la tira montaña abajo: Palmason, en lugar de quedarse con su protagonista, sigue a la piedra que cae de risco a risco, rueda camino abajo, hasta que se hunde en el agua y la vemos reposar en el fondo del mar. Un obstáculo menos, un peso menos y, al mismo tiempo, la agitación de las aguas profundas y en aparente calma de Ingimundur.
El blanco es también el color de lo que todavía no se ha cumplido, una neutralidad que espera iniciarse; es, por lo tanto, el color del pasaje en términos rituales: muerte y renacimiento. Y será precisamente el atravesar un umbral, físico y metafórico, largo y en penumbras, en compañía de quien ama, lo que hará que la bruma comience a disiparse, y con ella la capacidad de Ingimundur de dejarse tomar finalmente por la tristeza y el desconsuelo de su duelo.
Con un montaje muchas veces “de estampas”, al estilo soviético, como asociando objetos con estados de ánimo, recuerdos y personajes, y un trabajo destacado en la dirección de actores, Palmason estira el género solo lo necesario para que el thriller apenas lo permee, y vuelve de inmediato a ser el drama atmosférico intenso que nos presenta en los primeros planos de la cinta.