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I Never Cry (Yo nunca lloro)

Caratula de "I Never Cry (Yo nunca lloro)" (2020) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

 Esta historia va de una chica polaca que viaja a Dublín para repatriar el cadáver de su padre. Aún así, las primeras escenas —en las que todavía no se ha desplegado lo anterior— tienen mucho que decirnos: nos presentan los conflictos y deseos de la protagonista, quien tiene toda su voluntad puesta en pasar el examen de conducir para que su padre le dé el dinero para un coche y así poder abandonar el lugar donde vive. Entre los primeros minutos de lo que parece un drama social y lo que pudo haber sido una road movie, la polaca I never cry (2020, Piotr Domalewski) transita en el medio, una suerte de drama con gracia, sujeto al personaje protagónico.

Ola (Zofia Stafiej, el peso de la cinta sobre sus hombros) es una chica de diecisiete años que, por voluntad resolutiva y capacidad para hacerse cargo de situaciones complicadas, podría tener muchos más años, aunque su actitud muchas veces hostil la evidencia como la adolescente que es. Vive con su madre y hermano, este con parálisis cerebral. Ayuda con las tareas de la casa, estudia, trabaja al día. Lleva a cabo estas tareas con resignación, entre el enfado y el sentido del deber. Su ánimo y voluntad para conseguir lo que quiere son lo suficientemente firmes como para que obtenga resultados favorables, incluso al precio de pequeños actos delincuenciales. Ola no tiene tiempo que perder (¡!) y así se enfrenta a las vicisitudes. Esta descripción la hace ver como una chica agresiva (y puede serlo) pero en realidad, y gracias al encanto de la actriz, Ola ni siquiera es desconsiderada. Entiende bien los límites, de modo que sabe cruzarlos. Y sobre todo, manejar las frustraciones que vienen con las trabas burocráticas. Insiste, negocia, pide ayuda. Hace lo mejor que puede, como lo hace el resto de personajes a su alrededor.

Quizá porque Domalewski (cocreador de la serie Sexify) concibió esta cinta con dosis de comedia, los líos en los que se mete la protagonista no pasan a más. Una jovencita sola, sin ventajas, que se enfrenta exigiendo dinero al jefe de una empresa de obreros, al director de una oficina de empleos de Dublín, además de negociar con el funerario y con una mujer del pasado reciente de su padre, está enredada en situaciones que conllevan peligro y que el director ha escogido contener, no derivar su película por ese camino. No es ese el tono. Tampoco el de la road movie, pues la ciudad de Dublín apenas se muestra, sus fondos grises y fríos, no tan diferentes de los que vimos atrás en Polonia. Ola no congenia con Dublín y, sin embargo, ese arco de aprendizaje de la chica concentrado en poco tiempo tiene sentido cuando se trata de la ciudad del Ulises de Joyce.

Estamos entonces, por fortuna, ante la misma historia de siempre, en la cual una joven Antígona-Ismene hará todo lo posible por darle sepultura en su país a su padre, descifrar quién era, si fue feliz, si hizo lo mejor que pudo. Y es aquí donde el referente del título de la cinta, el llanto, encuentra su más amplio significado: las lágrimas de Aquiles y Príamo son las del héroe, aquel que encuentra su humanidad, que vive sabiendo que es finito. Nacemos llorando. Ola nunca llora. Hasta que se haga heroína, que es lo mismo que volver a nacer.

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