Infierno blanco

Crítica:

Público: Adultos

Joe Carnahan (Ases Calientes, El Equipo A) consigue ganar audiencia con su última película (número uno en la taquilla estadounidense), mejorando la puesta en escena con esta última cinta.

Un avión se estrella en una región perdida de Alaska, un escenario que muestra una fotografía deslumbrante, instantáneas documentales del hombre perdido en un medio salvaje. El grupo marcha en busca de la civilización y para ello, debe sobrevivir en un territorio dominado por el lobo (representación de la Muerte que se va llevando uno a uno cuando llega su momento). Una lucha por la supervivencia en un medio donde uno a penas ve el peligro acechante, salvo en tensos momentos y fugaces, normalmente por la noche, en donde tan sólo percibimos unas siluetas y los destellos de unos ojos inhumanos. La música, dramática e intensa, acompaña los momentos más significativos de la trama (como a lo largo de esos flashbacks, brillantes y algo más cálidos del protagonista, que suavizan el contenido de una cinta demasiado dura y violenta).

Infierno Blanco presenta una trama que no se centra únicamente en la supervivencia de un grupo de hombres en medio de una naturaleza salvaje y extrema, sino que también ofrece una experiencia de relación con la  vida y la muerte en continua acción, y cuestiona las dudas antropológicas acerca quién decide sobre la existencia del ser humano: ¿qué da la fuerza para continuar en la lucha en la que unos mueren y otros sobreviven? ¿Qué es lo que mantiene la fe y la esperanza cuando uno convive con el dolor y el sufrimiento? Sin embargo, Carnahan no se atreve a afrontar las respuestas, sino que las deja presentes a lo largo de la narración prefiriendo mantener la atención en los momentos de mayor acción y suspense, por lo que abandona la oportunidad de ofrecer una mayor profundidad a su largometraje.

Ottway es interpretado por Liam Neeson, quien siempre destaca por la potencia dramática que otorga a sus personajes. Esta vez, se presenta como un hombre que ha perdido toda la esperanza y se ha abandonado a un camino sin sentido. Tan sólo una carta, el recuerdo de su mujer, es el aliento que empuja al protagonista hacia delante, animándole en los momentos de mayor amargura y desesperación a que “no tenga miedo”, porque frente a una realidad fría y doliente, la muerte no es más que un encuentro cálido y agradable. Aunque el protagonista encarna un personaje carente de fe, se convierte en el sostén del resto de sus compañeros, alentándoles con que, detrás de toda realidad y sufrimiento, existe algo más rico e importante que hace al hombre ser quien es.

En su camino le acompañan un gran despliegue de personajes de personalidades contrapuestas entre si carentes de profundidad. Sin embargo, es la cámara la que se atreve a indagar en su psicología e identidad utilizando planos que nos acerquen a sus ojos transmitiéndonos lo que ha preferido no expresar con palabras, empobreciendo por tanto el diálogo.

La pregunta clave de la película es ¿cuál de ellos va a sobrevivir y quién no? Cada muerte que sucede le ocurre a cada personaje de una manera peculiar, acorde con su personalidad. Sin embargo, la trama esconde el coraje a aceptar cuando a uno le llega su hora, y que, detrás de una situación desesperada que les mantiene cerca de la muerte, existe algo que les identifica como hombres –las carteras que va recogiendo el protagonista de cada uno de sus compañeros fallecidos-, que coincide con ser una relación con alguien a quien aman.

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