Crítica
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El director cubano Fernando Pérez, que ha recibido premios en San Sebastián, los Goya, el Festival de Berlín o el Festival de La Habana, con algunas de sus películas, Suite Habana (2003), Madrigal (2006) y José Martí, el ojo del canario (2009), codirige con su antigua alumna de origen suizo, Laura Cazador, esta dura e interesante historia. La película está basada en la vida de una mujer suiza, Enriqueta Faber, que a comienzos del siglo XIX se hizo pasar por hombre: Enrique Faber, para poder estudiar medicina en París y después ejercer su carrera profesional como doctor en Baracoa, aldea de Cuba, en una época en la que dicha profesión era patrimonio exclusivo de los hombres.
La historia plantea temáticas muy actuales a la que se presta la historia real: la libertad de las mujeres, su derecho a ejercer la profesión que deseen, el travestismo (ella se viste como un hombre), el amor entre mujeres, el maltrato, el abuso, la esclavitud, etc.
Enrique Faber termina casándose con Juana, una aldeana que se enamora del doctor, pensando que es un hombre. En la película Juana se disgusta mucho cuando descubre la verdadera identidad del médico, pero parece que después accede a tener una relación con ella. En la vida real, Juana denunció a Enriqueta por haberla engañado, aunque la historia no está clara, la propia codirectora reconoce en una entrevista a la revista digital Granma que “decidimos construir una ficción basada en hechos reales, porque exponer una historia fiel es muy difícil (…) Ni siquiera sabemos si ella durante el juicio pudo haber inventado un relato con la finalidad de defenderse en ese momento tan delicado”.
La película retrata a un prestigioso doctor Faber, cuya destreza despertará las envidias de los aldeanos. La mujer del potentado que acoge al doctor Faber en su casa, agradecida por curar a su hijo pequeño, le dice: “los médicos de este pueblo son todos unos matasanos. Siempre detrás del dinero. Incapaces”, constatando así la mayor capacidad profesional de la mujer en trabajos vedados para ellas.
Hay en el filme una dura crítica a la iglesia y sus feligreses: la religión es solo un medio de poder y de escala social, la piedad, una hipocresía, el templo, un campo de batalla donde los parroquianos se matan con la mirada, los religiosos, meros instrumentos al servicio de una sociedad corrupta y cruel.
Se trata de una historia interesante, cruda visualmente, con algunas escenas explícitas de sexo y violencia, pero con un personaje sugerente con el que el director y la directora, autores también del guion, hilan una compleja y dura tragedia.